Cristina López Schlichting
Europa, qué coñazo
Algo horrible ha pasado. Aquella ilusión de la adhesión a la Comunidad Económica Europea (la CEE, ¿se acuerdan?); la alegría por la nueva moneda euro, se han transformado en fastidio. Hartazgo de la Merkel, sensación de lastre, lamento por la burocracia sin rostro. En una encuesta en «Fin de semana», mi programa de Cope, la gente explicaba lo ocurrido. Nada tiene que ver «lo de ahora» con la emoción con la que se abrieron los brazos a los estudiantes europeos en los 60, en plena revolución de París. O con el regreso de los exiliados tras la dictadura. Las emociones e ideas han sido sustituidas por resmas de papelotes, trámites y juicios, frías consideraciones del Banco Europeo. Y, sin embargo, el sondeo callejero estaba también lleno de alusiones esperanzadoras: «Europa es abrirse», decía una chica; «La unión hace la fuerza», afirmaba una señora. Hay que volver a relacionar administración y vida, materia e ideal. Precisamente, la Unión del Carbón y del Acero –el embrión de la UE– nació, tras la Segunda Guerra Mundial, como mecanismo práctico para unir a las personas de Europa. Se entrelazaron intereses para impedir que los hombres se matasen a tiros. Si se compartía la comunidad siderúrgica, pensaron los padres fundadores, se compartiría la amistad y la vida. No debemos abominar del pragmatismo, los trámites y papeles son necesarios. Es más, la Unión institucional debe ser aún más profunda, debemos compartir un parlamento real y una sola identidad fiscal y económica. Debemos tener Ejército común. Pero no podemos dejar de lado que son expresión de lo que somos y soñamos. ¿Qué es Europa? Es –como decía Ratzinger– el concepto de persona de los griegos, la justicia romana, la igualdad judeocristiana y la separación entre la Iglesia y el Estado que aporta la Ilustración. Todo esculpido de forma palpable en el arte clásico, las catedrales, la música sinfónica, las constituciones, la democracia. Somos europeos, no es cuestión de sentimientos, se trata de datos de la realidad. Los mayores debemos ser capaces de enseñar y transmitir a los jóvenes lo que somos y el orgullo de serlo. La potencia civilizadora que entraña ser europeo. La certeza que nuestra historia nos da sobre los derechos humanos, el valor del trabajo, el sentido del progreso y la importancia fundamental de la libertad. Eso es Europa, y América o el mundo occidental no han hecho sino heredarlo y enriquecerlo. Tendamos brazos entre noruegos y belgas, italianos y españoles, franceses y griegos. Pongamos rostro a los legajos. Colaboremos, viajemos, abramos, eliminemos barreras. Votemos hoy.
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