Crisis económica

Exportar más, crecer más

La Razón
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La salud de la economía española es directamente proporcional a la salud de su sector exportador. No tendría por qué ser necesariamente así, dado que un país puede desarrollarse y prosperar sin necesidad de vender mucho más al exterior, pero las peculiares circunstancias que rodean a nuestra economía –en especial, su gigantesca acumulación de deuda externa que sólo puede saldarse con más exportaciones netas– obligan a que en la práctica sí lo sea.

Cuanto mejor les vaya a nuestras exportaciones, mejor le irá a la economía: por eso, 2016 está siendo un muy buen año. Nuestra economía crece como en los años previos a la crisis y nuestras exportaciones lo hacen al segundo mayor ritmo de Europa. No es casualidad: sin lo uno no alcanzaríamos lo otro.

¿Cómo lograr que esta pujanza se mantenga y no comience a flaquear? Pues, en esencia, reforzando las bases de la competitividad de nuestras empresas: flexibilidad interna a la hora de organizar –y reorganizar– sus modelos de negocio y bajos impuestos para que puedan reinvertir sus ganancias en seguir incrementando su productividad. O dicho de otra manera, minimizar los costes de producción superfluos –como las trabas burocráticas o los obstáculos normativos a la gestión empresarial– y maximizar los recursos en manos de las empresas. La primera rúbrica de esta receta fue, en parte, implementada a través de la reforma laboral de 2012 –disminuir el corsé laboral que encarecía enormemente cualquier reestructuración corporativa–; la segunda parte, por desgracia, no ha sido puesta en práctica durante los últimos años y, además, todo apunta a que continuará sin serlo –ayer mismo, el ministro De Guindos auguraba un nuevo incremento del Impuesto sobre Sociedades para paliar el déficit público–.

Sólo con mayor libertad económica y con menores impuestos –permitiendo que aparezcan nuevas oportunidades de negocio y que las empresas las aprovechen con la financiación interna que sean capaces de generar–, seremos capaces de completar el cambio de modelo productivo. Un cambio que, por primera vez en nuestra historia reciente, deberá mirar sí o sí hacia el exterior –y no hacia nuestro ombligo consumista– para continuar amortizando nuestra deuda exterior y mejorar la solvencia de la economía. Los buenos datos de exportaciones no deberían servir como excusa para frenar las reformas: más bien, deberían ser la constatación de que, por muy pocas medidas sensatas que se aprueben, los resultados pueden terminar siendo sensacionales.