Ángela Vallvey

Extremos

La Razón
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En política, en España, en realidad no abundan los extremistas, sino los extremófilos.

Un extremófilo, etimológicamente, es un amante de las condiciones extremas. Mientras la mayoría de los seres sólo logra vivir y desarrollarse en ambientes prototípicos, el extremófilo soporta situaciones en las que cualquiera diría que la vida es imposible.

El vulgar extremista es un tipo que se encuentra muy alejado del tibio centro político, mientras que el extremófilo español es capaz de sobrevivir a la temperatura ambiente del día del Apocalipsis. El extremista es un paniaguado en comparación con el extremófilo, que logra superar la hecatombe de sus correligionarios sin que se le encoja el carnet del partido.

El extremista se arruga al primer conato de sublevación del bando contrario, pero el extremófilo prospera incluso en entornos de elevada acidez o desecación total, y no le importa que la cosa se ponga más hipersalina que en el Mar Muerto. El simple extremista se queda en casa cuando sus conmilitones amenazan con depurarlo por apóstata, corrupto o chanchullero, mientras que el extremófilo hasta puede brindar con sus enemigos mortales blandiendo una copa de arsénico.

Como diría Dale Carnegie: «Personalmente me gustan mucho las fresas con nata pero, por alguna razón misteriosa, los peces prefieren las lombrices. Por eso cuando voy de pesca no cebo mi anzuelo con fresas con nata, sino con lombrices». Pues para cebar a un extremófilo se necesita algo más que las fresas con nata que bastarían para atrapar a un extremista. El océano de discordia que engatusaría a un extremista, ahogándolo mientras aúlla indignado que está en posesión de la verdad absoluta, es una simple gota de agua para el extremófilo, acostumbrado a sobrevivir a los rayos cósmicos y a privarse del lujo de disfrutar de oxígeno durante décadas. Algunos extremófilos son capaces de deshidratarse ideológicamente para hacerse pasar por muertos durante años, hasta que ven llegada su hora: son muy adaptables, y una vez que uno es capaz de hacer una vida normal por debajo del punto de congelación del agua, se puede aguantar cualquier cosa... Al extremista le repatean la cultura y los tiquismiquis de la democracia, que él considera poco más que marramachadas propias de gente degenerada; en cambio el extremófilo pasa de todo en general, ni siquiera se asusta ante las peligrosas concentraciones de metal (en forma de cuchillos) de su entorno, pues tiene la jeta más dura que un regolito marciano.