Martín Prieto

Fariseísmo progresista

La Razón
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El palacio presidencial de Brasilia se llama Planalto, y a él no se accede por una escalinata sino por una rampa. De ahí que se tenga la asunción de la Presidencia como «subir la rampa». La primera vez que Lula da Silva subió, le obsequiaron un documento con su nueva condición, y soltó una llorera: «Siempre he soñado con tener un título, de primaria, de secundaria, de tornillero,...; y el primero que me dan es el de Presidente». Este hombre extraído de la miseria de Pernambuco en la emigración a Sao Paulo de una familia numerosa abandonada por el padre, llegó a ser un referente internacional por encima de ideologías o convencionalismo. Fue obrero con ocho años y perdió falanges en la manipulación infantil de una prensa; fundó un sindicato metalúrgico y posteriormente el Partido de los Trabajadores. Combatió con posibilismo las dictaduras militares pero no patrocinó la lucha armada como su discípula Dilma Russef, hoy todavía en Planalto. No vendía revolución, ni cambio, ni siquiera progresismo, sino algo tan entendible como el acercamiento de los abismos sociales en Brasil. A la postre Lula siempre ha sido más sindicalista que político. Hay que recurrir, lamentándolo, al fariseísmo y los sepulcros blanqueados, porque el referente moral aceptando un Ministerio de su pupila Russef para escapar de la policía ha destruido su presunción de inocencia. Resulta que hemos dado un Príncipe de Asturias a un mangante. «Petrobrás» es la caja B de los gobernantes brasileros y las grandes constructoras son lavanderías oficiales de dinero, pero no se esperaba que Lula continuara la tradición comprando voluntades políticas o financiando el Foro de Sao Paulo, desaguadero de las aguas fecales del comunismo recicladas en ese socialismo del siglo XXI, chavismo y asociados. Es inconcebible que nuestro moralista haya caído en dotarse de posesiones y usufructuar viviendas de lujo. Hace siglos que Lula y su familia no son pobres de pan pedir, y lo suyo resulta tan cutre, tan soez, como guardar un millón de euros en el retrete de los suegros. La izquierda siempre se ha autorrogado una moralidad de la que están exentos por definición todos los demás. Se advierte que el izquierdismo alfabeto ha leído más a Nietzsche que a Kropotkin que era más evangélico. La supremacía moral de las izquierdas es tan extravagante como la supremacía blanca. Mala noticia la de Lula, pero al menos recuerda que la moralidad, que sí existe, es interclasista, como la corrupción es interestelar.