Cristina López Schlichting

Fátima

La Razón
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El Papa ha anunciado que canonizará a Jacinta y Francisco, los pastorcillos portugueses de Cova de Iría con ocasión del centenario de las apariciones de la Virgen en Fátima el 13 de mayo de 1917. No tengo empacho en confesar que para ese día estoy preparando mi lista de peticiones y puede que me califiquen de boba, pero sigue asombrándome lo que pasó hace cien años allí. No sólo lo que los tres niños vieron y oyeron, sino los cambios del sol que tanta gente pudo ver. Por mucho que la mentalidad materialista intente soslayar las preguntas que los hombres llevamos en el corazón, es inútil intentar censurarlas. El ser humano, la creación entera constituyen un gran misterio. Ninguna persona inteligente puede dejar de admirarse de que habitemos un planeta azul en mitad de un inmenso universo cuyas razones de ser se desconocen. Una sola mirada nocturna al cielo desconcierta. Miles y miles de estrellas, millones y millones de años-luz de espacio silencioso. ¿Por qué? ¿Cuál es el propósito? ¿Hay más gente ahí fuera? ¿Nos morimos para siempre? El misterio nos rodea, del misterio salimos y al misterio volvemos, somos un misterio andante. Por eso también interesa Fátima e intrigan las apariciones de la Virgen. Las personas acuden a Lourdes, a Fátima, a los distintos santuarios con la esperanza de una luz, un consuelo, un indicio de una Lógica. A la vez, hay hombres y mujeres cuya percepción de lo sobrenatural es mayor que la del resto. Teólogos que razonan de manera más aguda sobre la realidad, Joseph Ratzinger es uno de ellos. Poetas y místicos que perciben la dimensión eterna de la belleza, entre ellos nuestra Teresa de Jesús o nuestro Juan de la Cruz. Santos cuya fe resulta conmovedora, como Juan Pablo II. En este capítulo se incluyen los pastorcillos de Fátima o la Bernardette de Lourdes. Almas sencillas e inocentes que no se toman la molestia de huir del Misterio, que lo acogen con naturalidad.

Si la creación es una gran pregunta, la Historia de la salvación cristiana no es menos alucinante. Pero, si se piensa, no es ilógico que el mismo Misterio que nos ha hecho por Amor nos rescate después por ese mismo Amor. Lo raro casi sería que nos abandonase a nuestro desconcierto. Lo que buscamos en Fátima es una huella de este cariño, reproducida una y otra vez por la Madre que nunca se cansa. Yo les recomiendo que hagan acopio de sus necesidades y dolores y que se abran el próximo día 13. Nunca se sabe. Ahí fuera hay demasiadas preguntas como para fingir indiferencia ante fechas y circunstancias tan excepcionales. Hace cien años que pasó algo sorprendente y bueno y puede que sea el momento de renovar esa experiencia. No hace falta ser inteligente como Ratzinger, ni sensible como Juan de la Cruz, ni santo como Wojtyla. Basta con ser sencillo como Jacinta, Francisco y Lucía. Puede que descubramos entonces que la creación es hermosa porque es signo de un Amor bueno y la vida es eterna porque es hija de un cariño Infinito.