Joaquín Marco
Fin de temporada
Acaba agosto y ello supone la liquidación de una nueva temporada, porque el fin del verano, o casi, coincide en algunos aspectos con el fin de año: propósitos y deseos para otra etapa que se espera distinta y mejor. Pero si echamos la vista atrás podemos observar que agosto ha sido este año un mes extraño, tanto desde la perspectiva metereológica como en otros ámbitos. La yihad islámica ha centrado la atención y ha logrado ocupar las primeras páginas de los periódicos. Su brutalidad culminó con la difusión del simbólico vídeo en el que se mostraba el asesinato y decapitación del periodista británico James Foley. El fanatismo, tan criticado en Occidente desde el siglo XVIII, reaparece con parecida inhumanidad en el siglo XXI en Oriente Medio y en otras zonas del planeta. El gendarme mundial, los EE.UU., se muestra ya incapaz de detener lo que se ha convertido en un peligro también para los países occidentales. Porque el verdugo del periodista parece ser un británico que vivía antes en Londres, en una casa valorada en un millón y medio de euros, y que se dedicaba a cantar hip-hop. Abdel Bary, que utilizó un inglés londinense que ha permitido identificarle, era conocido también como Beatle John o Jihadi John. Después de haber utilizado los más sofisticados medios técnicos para conseguir su identificación se sabe ya que reside en la actualidad en la ciudad de Raqqa. ¿Es símbolo de un verano donde no ha cesado la violencia en algunos enclaves del mundo? Los israelíes han masacrado la zona de Gaza. Los intentos de mediación de Egipto y hasta del mismo Obama culminaron el pasado martes en un frágil «alto el fuego duradero». Finaliza así, por el momento, la operación israelí «Margen Protector» con 2.138 palestinos muertos y 10.300 heridos frente a 64 militares israelíes fallecidos, seis civiles y un centenar de heridos. La reconstrucción de la zona se calcula que se elevará a más de 4.500 millones de euros. Pero el yihadismo ha venido para quedarse. Ignora fronteras y combate en Siria, en Irak o contra los kurdos. Se convierte en una amenaza para los países europeos o los EE.UU. que temen un gran atentado en los próximos dos años. Se han reforzado aún más los controles en los aeropuertos estadounidenses para detectar a quienes, voluntarios, han estado en las filas de los fanáticos.
Se sabe que también hay españoles, aunque en menor cantidad que en otros países de la Unión Europea, luchando a favor de la utopía del gran califato. Con seguridad existen células «dormidas» en los países democráticos. Y ello no deja de ser inquietante, aunque en estos momentos las luchas de los extremistas se centren en Irak, donde se produce una auténtica limpieza étnica y confesional que ya denunció la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos que no ha dudado en calificarlos como crímenes contra la Humanidad. El llamado Estado Islámico asesinó a 670 presos de una cárcel al conquistar Mosul. Tampoco el calor veraniego ha disminuido los problemas en Ucrania, donde se sigue combatiendo. La reacción rusa a las medidas de castigo que le aplicaron la UE y los EE.UU. ha llegado hasta nuestros campos, debilitando unas exportaciones que corregían los déficits del mercado interior. Nuestras producciones en el sector agrícola exceden nuestra capacidad de consumo. Todo cuanto afecta a la Unión Europea nos atañe, pues pertenecer a un club tiene también sus costes. Tampoco parece sencillo resolver un problema que se ha enquistado en el centro de nuestro Continente. Los deseos de solventar el conflicto en el nuevo curso de forma pacífica y diplomática no discurren por el mejor camino y pueden afectar seriamente a la economía rusa. La globalización nos llega a todos de una u otra forma. En este caso las promesas que podemos hacernos no proceden de nuestra buena voluntad, sino que dependen de muchos factores que nos son ajenos. Y no aludimos a una parte del continente africano, aquejado de la epidemia del ébola y de violentas guerras étnicas que no han cesado, de las que se dice que pueden llegar a perpetuarse más de un siglo. Ni este verano ni lo que llevamos del siglo XXI ha mejorado la condición humana, empeñada en autodestruirse y en mostrarse insolidaria, salvo heroicas excepciones, pero no podemos permitirnos ingenuidades.
Sin embargo, en estos lares, españoles y extranjeros, pese a las inclemencias climáticas, han desbordado las playas. El Mediterráneo sigue siendo el ejemplo del ocio turístico, pero también una peligrosa vía de acceso de cuantos, huyendo de guerras y miserias, intentan buscar refugio en el Continente a través de Italia y en menor medida de España o Grecia. Y no le podía ir mejor a Mariano Rajoy, en el inicio del nuevo curso, el buscado encuentro en Santiago de Compostela con Angela Merkel. Hay quienes consideran ya que España puede llegar a convertirse en el socio de referencia de Alemania. Perdidos los apoyos de una Francia socialista en crisis interna y de una Italia que no hizo en su momento los deberes que se le impusieron, queda España como modelo de que los remedios económicos drásticos acaban funcionando por lo menos en la macroeconomía. Los políticos españoles jugarán un papel importante en los renovados organismos europeos. Rajoy salió fortalecido en el ámbito exterior y hasta consiguió unas palabras de apoyo de la canciller sobre su negativa al proceso catalán. Nuestro presidente se reafirmó en sus proyectos de reformas estructurales y en mantener una disciplina de hierro en las ya aprobadas. Queda, sin embargo, en el aire el problema del paro, los trabajos a tiempo parcial (los «minijobs» a la española), la reducción de salarios, el problema del futuro de las pensiones y un largo etcétera. La entrada del nuevo curso no se presenta excesivamente tranquila. Además del asunto catalán, habrá que ver cómo se maneja el nuevo equipo socialista en el Parlamento. Ni siquiera ha designado todavía su portavoz. Un montón de incógnitas, pues, además de los problemas endémicos propios y ajenos, no nos lleva a reforzar nuestro endeble optimismo. Que cualquier cambio no sea a peor.
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