Alfonso Merlos
Frontalidad
No estamos ante un tratamiento de choque sino ante el planteamiento de una lucha larga, dura y difícil. Así lo entiende con razón el Gobierno de España, porque estamos ante un combate en el que nuestra nación aparece en la parte alta de objetivos del Estado Islámico, y en el que la civilización occidental está en la obligación ética de protegerse y responder a la barbarie yihadista. No hay otra. Si la amenaza es global, el contraataque debe ser de la misma naturaleza. Si la ofensiva es frontal, el modo de amortiguarlo no puede ser sino fuerte y directo, y a la vez inteligente y adaptable en el tiempo. Europa lo está entendiendo con el paso de los años e instituciones como Naciones Unidas, también. Es el camino.
La fisionomía del enemigo está mutando. El desplazamiento de los salafistas a las redes sociales ha de motivar con urgencia una multiplicación de los recursos en el campo de la guerra virtual. No sólo para detectar y frenar la captación y el reclutamiento de jóvenes con vocación de morir matando. También para neutralizar una propaganda masiva que deriva en delitos de enaltecimiento, apología y exaltación del crimen en masa. Pero, en efecto, poco sentido tienen las estrategias reactivas si no funciona la anticipación y la prevención. Y aquí es clave involucrar al mundo árabe y musulmán. Son los ciudadanos de esos Estados las principales víctimas de esta forma de brutalidad y salvajismo. Deben ser, en consecuencia, los primeros en tomarlo en consideración y en movilizarse, lejos de complejos y de prejuicios, de posiciones tibias o de actuaciones que impliquen el uso de la fuerza desproporcionada y antidemocrática.
La comunidad internacional, a través de cónclaves como éste, se halla en la obligación de dar la cara ante un desafío inédito que requiere la concentración de toda la artillería disponible, de hechos y no solo palabras. Sin tregua, sin fisuras y con claridad moral es posible prevalecer. Y es irrenunciable.
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