Administración Pública
¿Funcionarios o empresarios?
El actor y director Antonio Banderas lamentó en un reciente programa de televisión que el 75% de los jóvenes españoles aspirarán a ser funcionarios, mientras que el 75% de sus pares estadounidenses quisieran convertirse en empresarios. «Así surgen los Facebook, y los Google, y los Mac y todas esas historias», sentenció el malagueño en una breve intervención que ha alcanzado una enorme popularidad en las redes sociales. Atendiendo a las palabras de Banderas, parecería que lo que les falta a los jóvenes españoles es ambición, pero acaso estemos siendo demasiado injustos con la juventud española y no nos demos cuenta de que la verdadera responsabilidad de su pasividad reside en otra parte: en nuestras instituciones, frontalmente antiempresariales. A la postre, toda persona toma decisiones según los incentivos a los que se enfrenta: si en España se recompensa sobremanera la función pública y se castiga por los cuatro costados la actividad empresarial, entonces inevitablemente nos encontraremos con una legión de jóvenes que aspirará a convertirse en empleados públicos y no en empresarios. Así, por ejemplo, que los funcionarios cuenten con un empleo garantizado para toda la vida, que el sueldo medio en el sector público sea un 50% superior al sueldo medio en el sector privado (una vez corregimos por la diferente cualificación o tipo de contrato, sigue siendo entre un 10 y 20% superior) y que su jornada laboral oscile entre las 35 y las 37,5 horas semanales constituyen claros alicientes para preferir la función pública a un precario y mal pagado empleo en el sector privado o, también, a una incierta, volátil, hiperregulada y fiscalmente parasitada actividad empresarial. No sólo eso: muchos sectores de la sociedad española (incluidos numerosos profesores-funcionarios que envenenan desde la más tierna infancia a los jóvenes desde las tribunas de la Educación pública) todavía consideran un altísimo honor el haber superado una oposición, mientras que continúan despreciando el haber creado una empresa exitosa («el funcionario es la persona más capacitada que vela abnegadamente por el bien común, mientras que el empresario es la persona más avariciosa que explota salvajemente al trabajador»). Si aspiramos a que haya muchos más empresarios, rectifiquemos: menos privilegios y menos plazas para los funcionarios, menos impuestos y regulaciones para los empresarios. Y, sobre todo, empecemos a dignificar la valiosísima función económica y social del emprendedor.
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