César Vidal
Genios del trinque
Más de uno de los que se asomen a este modesto rincón del diario habrá pensado al leer el título que se refiere a algunos de los nombres que durante los últimos meses han poblado hasta la náusea los medios de información. No es así. «Genios del trinque» es el último libro de Pablo Molina. La obra, una novela, relata las memorias imaginarias de un funcionario autonómico y descubre cómo hemos llegado a nuestra situación de endeudamiento y déficit como no podía ser de otra manera. La creación del sistema autonómico estaba, injusto sería negarlo, cargada de buenas intenciones. Se pretendía quitar razones a ETA para llevarla a su extinción e integrar en el nuevo sistema democrático a los nacionalistas catalanes y vascos. Además se buscaba crear un nuevo sistema de ordenación territorial basado en la descentralización regional. Que los primeros objetivos fracasaron estrepitosamente lo sabe ya cualquiera. Que lo mismo ha sucedido con el último lo deja bien de manifiesto Pablo Molina en este libro. De la noche a la mañana, las distintas regiones pasaron de una austeridad administrativa verdaderamente cuartelera –se venía de la dictadura de un general que se había ganado los galones en África– a un gasto ilimitado. Negociados donde apenas había una docena de personas en tan sólo un año se incrementaron en varios centenares obligando a los funcionarios que servían en ellos a preguntarse qué había sucedido con la cultura en Murcia, la agricultura en Asturias o la pesca en Andalucía como para que se produjera esa inflación. En una primera etapa, nacionalistas y socialistas gastaron sin límite y colocaron a todos los que pudieron. Y entonces llegó el PP, pero la situación no cambió en términos globales. Los que habían entrado con el PSOE, siguiendo criterios no pocas veces discutibles, fueron ascendidos por el PP y el gasto si bien se redujo en algunos casos, en otros continuó su línea ascendente. Los horrores supuestamente artísticos, los proyectos elefantiásicos y el impulso a las lenguas vernáculas –que, en la mayoría de los casos, no hablaba nadie y casi hubo que inventar– fueron llevando a un gasto insostenible y con él a la quiebra de las cajas regionales, a la subida de impuestos y a la ruina nacional en que nos encontramos. Si a eso se suman las corrupciones –que las hubo en abundancia– no es difícil saber cómo hemos llegado a donde estamos. Mérito de Pablo Molina, que dejó de ser funcionario autonómico en 2005, es haberlo contado ahora.
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