Lucas Haurie
Gente de Honor
Al Capone es interpelado por los periodistas en la escalera del hotel de lujo en el que reside: «Soy un ciudadano honorable, no tienen nada contra mí». Desde que Brian de Palma fijase el icono en 1987 con la enorme fuerza de su monumental «Los intocables de Eliot Ness», es indisociable la imagen de un Robert de Niro entradito en carnes y repeinado de la del criminal que, aun siendo evidentes sus delitos, se reboza ufano en la consciencia de su impunidad. Las dos noches de calabozo y las cuatro horas de declaración impidieron que Ángel Ojeda se aplicase la ingeniería capilar que habitúa, por aquello de taparse el cartón, pero así y todo llevaba «fière allure» a la salida del juzgado, impropia de un presunto delincuente que pronto responderá por los cargos que se le imputan: «Libre y sin fianza, señores, libre y sin fianza», vociferaba cual chalán de feria. Diríase, más que un presumible malversador, una virgen indignada porque alguien ha puesto en duda su virtud.
El Gobierno de Susana Díaz calla (luego otorga) ante las trapisondas de quien es un referente histórico indiscutible del PSOE andaluz y su silencio lo convierte en cómplice del andoba, que encima de mangante además es chulo. Si éstos son los empresarios que negociaban la paz social, a tanto el kilo, con los hermanos de Comisiones y de la Ugeté... La corrupción no ha sido una triste anécdota en la vida andaluza de las tres últimas décadas, sino una pandemia que ha afectado a todos los sectores de la sociedad y que ha contaminado todos los negocios. Una mancha de aceite que ha pringado, por acción u omisión, a demasiada gente. A ésos que incluso cuando los trincan con las manos en la masa se muestran orgullosos y desafiantes.
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