Restringido
God save the British Museum
Aunque milito en una profesión cuyo deporte favorito es dar leña al chaquetero, hoy me apunto a esa vieja máxima según la cual es de sabios cambiar de opinión.
No se asusten, porque esto no va de la metamorfosis de Pedro Sánchez, el viraje de Albert Rivera o las mutaciones de Pablo Iglesias. Acabo de llegar de Londres y, rompiendo la tradición, me gustaría pasar de política y divagar sobre Arte e Historia.
Confieso que hasta no hace mucho, yo era de los pardillos que se enternecían cada vez que un alma cándida sacaba a colación el espinoso tema del «expolio» de obras maestras, perpetrado en el pasado por las potencias occidentales. Pues me he hecho socio del club de defensores de los museos. No de los modernos o conceptuales, sino de los de siempre, de los repletos de momias, cariátides, sarcófagos, estatuas de mármol, mosaicos y lienzos al óleo.
Desde 2011, cuando los talibanes afganos dinamitaron los budas de Bamiyan y, sobre todo, a la vista de la ferocidad con que los fanáticos islámicos pulverizan estatuas en Mesopotamia y alrededores, mis criterios han cambiado radicalmente. Mi rendida admiración al Prado, al Louvre, al Metropolitan, al Hermitage y a los grandes museos del mundo, incluyendo el de Pérgamo y sobre todo el apabullante Museo Británico. Entiendo que Egipto, que surgió como estado independiente en 1936, reclame las piezas que ingleses, franceses o alemanes se llevaron bastantes décadas antes, aunque se trate de restos de una cultura que ni de lejos tiene algo que ver con lo que sufren hoy los apaleados cairotas.
Lo mismo sería aplicable a México, Perú, Grecia, Siria, Irak o Nigeria.
¿Se imaginan dónde habría ido a parar el busto de Nefertiti si un avispado alemán no se lo hubiera llevado a Berlín hace 100 años? ¿Lo que hubiera sido del friso del Partenón si Lord Elgin no se lo hubiera comprado a precio de saldo a los otomanos hace dos siglos? ¿Quedaría intacto un fragmento del Código de Hammurabi o de la «Leona Herida» de haber dejado esas dos maravillas «in situ» esperando a que llegasen los facinerosos del Dáesh con el lanzagranadas en una mano y su Corán en la otra? Por el bien de la Humanidad, bien están todas esas obras de arte donde están. Dicho esto y aunque la carísima y espléndida capital británica tiene como alcalde al frívolo Boris Johnson, que apoya la salida de Reino Unido de la UE, allí no cambian alocadamente nombres de calles, no arrancan placas, ni derriban a destajo monumentos.
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