Ely del Valle

Gritos y susurros

Hace mucho tiempo que la Diada ha dejado de ser la fiesta de Cataluña para convertirse en un escaparate copado por los independentistas para intentar demostrar que son, como los atletas olímpicos, más altos, más rápidos y más fuertes; y este año, lo harán con más empeño porque en ello les va la marca. De momento, la Asamblea Nacional Catalana, organizadora de lo que califican «la Diada definitiva» tiene puestas sus expectativas en dos macro espectáculos: una manifestación que esperan que sea «la más masiva de la historia de Europa» (cosa fácil de conseguir teniendo en cuenta que los organizadores de este tipo de actos suelen tener su propia contabilidad) y una exhibición de 947 urnas que simbolizarán la «voluntad» de los catalanes de celebrar el referéndum del 9-N y que, dicho sea de paso, van a salir caras porque, de momento y aunque se empeñen, van a ser puro atrezo. De lo que se trata es de que el mundo piense que no hay catalán que no quiera dejar de ser español, y si hay que tirar la casa por la ventana, se tira.

Por otro lado, la plataforma Societat Civil Catalana, contraria a la consulta, pretende hacer de la Diada una fiesta de reconciliación reuniendo a descendientes de los combatientes de los dos bandos que lucharon en la guerra de Secesión, que es, en definitiva, lo que se conmemora el 11 de septiembre.

No hay lugar a dudas de cuál será la más vistosa, la que va a congregar a mayor número de personas y la que le va a sacar mayor rendimiento político por mucho que la mayoría de catalanes opte por aprovechar el día para irse a la playa. Cuestión de presupuesto y, sobre todo, de presión social en un territorio donde unos pueden expresarse a gritos y otros tienen que conformarse con el susurro.