Nacionalismo

Hacer aguas

La Razón
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En Cataluña, los separatistas intentaron construir un relato épico: el pueblo catalán unido de manera uniformemente independentista frente al «dominio centralista» del Estado. Este relato tuvo su máxima expresión en la lista conjunta a las elecciones entre los antiguos convergentes y ERC. Partidos que encarnan ideas políticas dispares, antagónicas en algunos casos, pero que unieron sus energías para conseguir la panacea de un Estado independiente en Cataluña.

Con una serie de acontecimientos difíciles de entender a primera vista, tales como que la candidatura llegó a presentar un cabeza de lista que no iba a aspirar a la presidencia de la Generalitat o que, después del sainete de investidura, el que iba a serlo terminó renunciando en favor de un tercero para obtener el voto necesario de la minoría antisistema catalana, se ha llegado a una situación de difícil gobernabilidad.

El Govern se sustenta en el acuerdo de tres fuerzas políticas que se repelen como el agua y el aceite y que representan a sectores económicos y políticos de la sociedad catalana que han estado en posiciones enfrentadas en materia social, fiscal, de servicios públicos esenciales e incluso en su visión institucional.

Junts pel Sí se dio a sí misma dieciocho meses en la hoja de ruta soberanista, pero hoy nadie está en condiciones de garantizar que la unidad se mantenga en lo que queda de año. Si se observan los movimientos de negociaciones en relación a los presupuestos, todo parece indicar que algunos tienen la vista puesta en un eventual proceso electoral nuevamente adelantado.

En la discusión de los presupuestos, Esquerra Republicana intenta aproximaciones con la CUP, con el objetivo de buscar puntos de encuentro de cara al futuro después de unas nuevas elecciones, mientras que los convergentes tratan de administrar las diferencias para satisfacer ideológicamente a un buen segmento del electorado.

El Sr. Oriol Junqueras, mercader de Venecia de la política catalana, siempre busca el rédito de sus apoyos electorales, primero sumándose al olvidado Sr. Artur Mas, ahora separándose del aún por consolidar Sr. Carles Puigdemont. ERC ha visto la oportunidad de ganar en unas nuevas elecciones y parece que esté trabajando para que se produzcan, dificultando los presupuestos y soldando lazos con posibles aliados.

Lo que es evidente es que los que sacaron adelante la investidura del president están incómodos unos con otros, que no entienden de la misma manera el modelo de sociedad a alcanzar y que sus ambiciones sobrevuelan a todo lo demás.

La idea separatista puede fraguar coaliciones negativas contra la pertenencia al Estado, a las que se adhieran rápidamente muchos, pero no puede conseguir un proyecto positivo de país, ésa es la fortaleza y la debilidad al tiempo de los independentistas.

El nacionalismo es capaz de generar pasiones que dominan la razón. Pero, cuando se desciende desde las abstractas superestructuras políticas a la realidad de la vida de los seres humanos, surgen las grietas en la construcción épica de su relato.

Las personas necesitan vivir, trabajar, tener protegida su salud, la educación de sus hijos, y ésa es una realidad que va más allá de la declaración de Estado independiente en un Parlamento. Precisamente gran parte del apogeo nacionalista tuvo como origen la crisis económica y la insatisfacción de muchos ciudadanos ante los problemas acuciantes no resueltos, como el paro o los desahucios. En esa búsqueda de soluciones, muchos catalanes percibieron a España como un barco que hacía aguas al que no veían futuro y preferían enrolarse en una barcaza en busca de un nuevo horizonte.

Hoy empiezan a darse cuenta de que la solución al problema no es subirse a un bote en el que tampoco se arreglan sus problemas y en el que, además, se pelean por tripularlo aquellos que los convencieron para subirse con la promesa de que la orilla estaba cerca. A lo mejor es que a éstos no les importaba tanto llegar a tierra como convertirse en capitanes de barco.