José María Marco
Hacer oposición sin gobierno
La nueva política ha traído el bloqueo total a la vida pública española. Íbamos a aprender a negociar, a abrir cauces de diálogo, a tener en cuenta la participación de la «gente» y a rendir cuentas como nunca se había hecho... Y nos hemos encontrado con que en siete meses se ha sido incapaz de ir más allá de los contactos, las llamadas telefónicas, las escenas de sofá y los numeritos en el Congreso, en la tribuna y fuera de ella, sobre todo fuera. Las platós de televisión y las aulas donde se hacía la revolución aplicando lo aprendido en las series televisivas como si fueran clásicos de pensamiento político eran una cosa. La realidad política es otra muy distinta. Al pasar de unos a otra, el fundido en negro ha sido total. No ha habido posibilidad de formar gobierno, y no parece que la vaya a haber pronto. Ah los buenos tiempos de la irresponsabilidad total, cuando toda la culpa la tenían los políticos viejos, los partidos viejos, las votantes viejos...
Pues bien, llegaron los jóvenes y se detuvieron las reformas. Los nuevos políticos no quieren reformas. Quieren cambios regenerativos, novedades, impulsos inéditos. Resultado: desde hace casi un año todo sigue igual. Y aún peor. También se ha volatilizado la posibilidad de tomar decisiones sobre las cuestiones más básicas que afectan a la gobernación, a la pura y simple gestión del bien común.
Si se deja pasar el mes de agosto –es decir, si se deja pasar la semana que viene– se habrá dificultado la posibilidad de aprobar un presupuesto a tiempo porque no se tendrá techo de gasto ni posibilidad, por tanto, de adecuar las prioridades. Es posible que el ritmo de creación de empleo, con 450.000 afiliados a la Seguridad Social este año, empiece a frenarse. También se detendrá la inversión pública.
No dejarán de aumentar, en cambio, como ha subrayado el presidente del Gobierno, las necesidades en pagos de pensiones ni en gasto social. Y el Estado habrá de cumplir con sus compromisos financieros y de gasto corriente, sin que nadie pueda tomar las decisiones correspondientes.
Lo más curioso de todo esto es que quienes más se están esforzando por que vayamos a las terceras elecciones en menos de un año son justamente aquellos que insistían en la situación de urgencia en la que nos encontrábamos, en la quiebra del Estado, en las crisis humanitarias que estábamos viviendo. Por lo que estamos viendo, era pura propaganda. Ahora ya no hay prisa de nada. E importa aún menos cuando se vive del Estado, que era lo primero que se buscaba, y se tienen intereses políticos y personales que defender. Los nuevos políticos no hablan ya de crisis humanitarias, ni de urgencias, ni de quiebras. Lo que cuenta es hacer oposición antes de que se haya formado gobierno y escenificar una posición que permita sacar rédito de la situación de bloqueo. La lección está siendo de las que hacen época. Nunca el contenido ni el bien común habrán importado tan poco y nunca unos políticos –es decir, los nuevos– habrán dado muestras de un cinismo tan completo. Cinismo, por lo demás acompañado de ingenuidad, lo que dice mucho no ya del talante y del talento –nulo– de estos nuevos políticos. Hará que ver cuánto tardan los ciudadanos españoles en cansarse de este permanente mirarse al espejo de quienes desconocen las reglas mínimas de la política, del diálogo, de la negociación, de la transparencia y la rendición de cuentas. ¿El interés general, decía usted?
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