Martín Prieto

Hambre entomológica

La Sociedad de Naciones naufragó entre los millones de muertos de la II GM y las Naciones Unidas se «desliaron» despaciosamente en un caldo de inoperancia y ocurrencias de chusquero. El último secretario de Naciones Unidas digno de tal nombre fue el sueco Dag Hammarsköld, escritor hermético, homosexual, perdido en el Congo en misión de paz en extraño accidente de aviación. Luego Kofi Annan comenzó colocando a su hijo agiotista en el programa petróleo por alimentos para Irak y acabó mediando remuneradamente por cuenta de ETA. En las matanzas de musulmanes en Bosnia-Herzegovina y en el holocausto caníbal de Los Grandes Lagos Africanos los cascos azules presentes miraron a otro lado sin acariciar el gatillo. Las oficinas de la UN ( quizás con excepción de la de refugiados) oscilan entre la broma intolerable y el sarcasmo sobre el sufrimiento. La Organización Mundial de la Salud no detectó al «paciente cero» del SIDA pero logró que Trinidad Jiménez comprara millones de vacunas para una gripe mexicana que no fue pandemia para felicidad de las multinacionales de farmacia. Régulo de la UNESCO fue un africano que propició la ideologización obligatoria de los medios informativos consiguiendo que EE UU dejara de financiar la organización, acabada en manos de Federico Mayor Zaragoza, catecúmeno del franquismo y aspirante a caudillo de nuestros indignados. Si el inefable Moratinos pudo regir la FAO no es de extrañar que hoy el observatorio de la agricultura y los alimentos proponga el consumo insectívoro para yugular el hambre. En el mundo sobra comida para el doble de habitantes. La producción cerealística se transforma en biomasa para alegría de conservacionistas, la alcohonafta se extrae de la caña de azúcar, Brasil sepulta en el mar millones de toneladas de café para sostener los precios y la OMS combate a la FAO desparasitando de malaria los sembrados. Asia saborea las proteínas de los insectos pero no hay que generalizar su gusto. Las Naciones Unidas están dando el paso de lo sublime a lo ridículo. La luz es la revolución de las cucarachas.