Julio Valdeón
Heredarás la tierra
Enfangados en dicotomías artificiales muchos de nuestros problemas más acuciantes ruedan hacia el precipicio. Silenciados por el coro de grillos psicóticos y sus megáfonos en blanco y negro. Piensen en las consecuencias devastadoras del cambio climático. La explosiva pérdida de hábitats naturales. La desertización de medio mundo. La extinción masiva de especies. El aumento del nivel del mar. Mediten en las consecuencias de la superpoblación. Ah, un inciso: hace años que Sir David Attenborough advirtió de que el cataclismo medioambiental provocado por las tasas de natalidad en el Tercer Mundo está ligado al sometimiento de la mujer. Por si querían encontrar nuevas razones para encararse con el islamismo medieval. De nada, y a lo que iba: agobiados por la palabrería del sector más naif y radical del ecologismo, muchos prefieren alistarse con las tesis negacionistas. La jaqueca provocada por los paladines del pensamiento blando no nos librará del apocalipsis. Tampoco ayudan las propuestas que exhibe el presidente Trump en el borrador de sus presupuestos. Tal y como señala Robert Dewey, vicepresidente de Defenders of the Wildlife, la Casa Blanca aspira a cortar un 17% los fondos destinados a proteger a las especies en peligro, abrir el Refugio Nacional de la Vida Salvaje en el Ártico a las petroleras, eliminar programas científicos del Fish and Wildlife Service, cortarle un 31% al presupuesto de la Agencia de Protección Medioambiental, saltarse los acuerdos vinculantes del Tratado de París, suprimir los fondos a la investigación del cambio climático y, ya puestos, seguir adelante con los planes de construcción de un muro en la frontera con México que los cárteles de la droga celebran alborozados (lo contaba hace unos días Mario Vargas Llosa: cuanto más alto y sofisticado el muro, más beneficios obtienen los traficantes de estupefacientes y seres humanos) mientras estrangula la recuperación de especies como el jaguar y el lobo rojo. Ah, pero a quién le importan los bichos, susurran los analfabetos de guardia, encantados de demostrarnos varias veces al día lo necrosado que tienen el cerebro. Nos importan a todos. Si es que planeamos sobrevivir en este planeta azul al que martirizamos con la saña autolesiva del suicida. De ahí que toque alertar sobre la campaña de acoso y derribo que en los últimos meses sufre Greenpeace: Resolute Forest Products, un gigante dedicado a la tala de árboles en los bosques boreales del Canadá, ha demandado en los tribunales a la ONG por cuestionar sus métodos. Se ampara en la ley RICO, nada menos, que combate el crimen organizado. Pide 300 millones de dólares en indemnizaciones. Si gana, bye bye Greenpeace. Con algo de suerte y un escuadrón de abogados laminarás cualquier conato de rebelión, ahogadas las organizaciones de defensa del medioambiente en unos procesos de costes ultracalóricos. ¿Cómo? ¿Qué están hartos de escuchar las tonterías de su vecino macrobiótico? También yo. Pero si quieren que hablemos en serio sacúdanse la demagogia. Piensen en sus nietos. Heredarán la Tierra. O sus escombros.
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