Violencia racista
Heridas abiertas
Heather Heyer murió cuando el coche conducido por James Alex Fields atropelló a los manifestantes que protestaban contra la marcha supremacista blanca convocada por un grupo neonazi en Charlottesville. Tenía 32 años. Morir en pleno siglo XXI por una doctrina política pangermanista como el nazismo instaurada por Hitler en el siglo XX o por de la Guerra de Secesión del siglo XIX, parece un accidente de la historia, pero no lo es. La muerte no tiene época. El odio tampoco, y menos aún el dolor. Decía Shakespeare que el dolor que no habla , gime en el corazón hasta que lo rompe. Ya hemos perdido la cuenta de los corazones que se han roto por no hablar del dolor, de la muerte y del odio granjeados en el pasado. Cuando no se cierran las heridas, se infectan. Y si se entierran sin más, confiando en el olvido como único abono, renacen para contagiar su infección a cualquier enfermo indocumentado. Del pasado hay que hablar; debemos estudiarlo, leerlo, debatirlo, analizarlo y tenerlo siempre bien presente, porque las generaciones cambian pero los pecados de la humanidad permanecen. Hay que conocer la Historia para no repetirla. No debemos borrarla, ni esconderla ni arrancarla de cuajo tan solo porque haya capítulos que nos avergüencen como seres humanos. Hay que enseñarla, hay que aprenderla. El presunto asesino acusado de asesinato en segundo grado tiene 20 años. Si con 20 años no sabes quién fue Hitler y lo que hizo, quiénes fueron Mussolini y Stalin, qué pasó en la guerra civil de tu país o quién fue Rosa Parks, James Meredith, Nelson Mandela o Martin Luther King, no estás preparado para salir al mundo y el mundo no está preparado para que salgas. La ignorancia no suele trae nada bueno, ni a quien la ostenta con orgullo ni a la sociedad que acoge al ignorante. Hay que conocer la existencia del infierno para no caer en él. Hay que saber qué forma tiene el diablo para reconocerlo cuando le tengamos delante. Ray Bradbury fue profético: «No hace falta quemar libros, si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe». Y tenemos el mundo lleno, incluso en los despachos presidenciales.
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