Alfonso Merlos
Heridas y fantasmas
¡Ay la nostalgia! Ay ese sentimiento de anhelo, siquiera por un momento, de un acontecimiento pasado. En absoluto tiene por qué ser una sensación negativa, o de frustración, o conllevar la tristeza y la melancolía. Pero en el caso de los socialistas (¡y con qué fervor ahora los podemitas!) rayamos la auténtica obsesión.
Con la colocación de banderas tricolor en los ayuntamientos de Cádiz o Valencia, Kichi y Ribó no han pretendido sino rescatar, tras un símbolo y una enseña, un discurso falsario: el que dicta que España, con la II República, atravesó una etapa de incuestionable esplendor democrático, de profundo respeto a las libertades individuales, de desarrollo pleno de las voluntades de un pueblo. ¡Ojalá!
Pero no. Trayendo los fantasmas del pasado al presente, enarbolando estandartes de bandos, estableciendo rivalidades, dividiendo y no sumando, colgando de los balcones trapos que nos debilitan no es que se reabran innecesarias heridas (que también), es que se contravienen las leyes y la Constitución y –más decisivo–el espíritu de concordia y la idea de mirar al futuro que todos debiéramos llevar inscrita en nuestro ADN patrio de un tiempo a esta parte.
Sí. Los de siempre con lo de siempre. Pero, ciertamente, a fuerza de ser cansinos, ya ni siquiera consiguen el ansiado efecto de provocación en el presunto adversario. Más bien al contrario. Es la monserga y la matraca que se repite una y otra vez, mortecina, tediosa; que cae en saco roto, que lleva a los ciudadanos que viven en 2016 y no en 1931 a omitirla y a luchar por lo que tienen por delante sin mirar a etapas de enfrentamiento, rencor y odio. El pasado debiera servir siempre de trampolín, no de lodazal.
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