Cristina López Schlichting
Hijos del belén
No hay razón para temer a un bebé rodeado de un buey y una mula, nada más delicado o inerme. Ocurre lo mismo con la cruz. Cuando en Italia se suscitó el debate sobre los crucifijos en las escuelas, Adel Smith (nacido Emilio Smith y convertido al islam) proclamó su desprecio por «el miserable cadáver» y se topó con la gallarda respuesta de un ateo, el alcalde comunista de Venecia, Massimo Cacciari, que proclamó su orgullo por pertenecer a una tradición en la que Dios se convierte en un pobre sacrificado en una cruz. «Para mí –dijo Cacciari– el cristianismo es aquel que está colgado en la cruz». Añadió que, mientras él fuese alcalde, nadie quitaría un crucifijo de las aulas. El cristianismo proclama la igualdad de los hijos de Dios, afirma su libertad «a imagen y semejanza Suya» y los insta a tratarse como hermanos. La Ilustración (igualdad, libertad, fraternidad) es hija de este pasado occidental. Por eso un belén en La Moncloa es natural. Es curioso: el rechazo al pesebre es también una forma de filiación cristiana, porque implica abominar de las propias raíces y escupir al Padre a la cara. Pero un hijo furioso –las madres lo sabemos– sigue siendo un hijo.
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