José María Marco
Histeria política
No es la primera vez, ni será la última, que asistamos a una caza de brujas en la vida política de nuestro país. Ayer mismo Martín Prieto recordaba aquí el caso del «Prestige». Recuérdese el de la desgraciada muerte del fotógrafo José Couso. Con el asunto Bárcenas vuelve la misma histeria y con unos mimbres similares. Están los hechos que dan pie a la campaña, el cinismo de quienes la ponen en marcha y el desconcierto de una opinión que parece dudar ante las acusaciones.
Así como en el caso del «Prestige» se acusó al Gobierno de alejar el barco de la costa y en el de Couso se responsabilizó a Aznar de un homicidio, ahora un mentiroso encarcelado por haberse enriquecido, presuntamente, a costa del Partido Popular, acusa al actual presidente del Gobierno de recibir sobresueldos en metálico cuando era ministro. El cinismo tiene varias caras: lo disparatado de la acusación, que de puro inverosímil alcanza una categoría de orden casi mítico, y el escaso sentido de la propia dignidad de quien no duda en rasgarse las vestiduras cuando su propia trayectoria está plagada de casos de corrupción sin resolver (350 decía ayer LA RAZÓN de los indignados que abandonaron la negociación de la Ley de Transparencia en el Congreso). El cinismo lleva también a concentrar el ataque en el terreno personal, con la intención de acabar con la honorabilidad, y con la vida civil de aquel al que se pone en el punto de mira. La opinión pública, por su parte, queda desconcertada por la sola repercusión que cobran tales despropósitos. Si se ha llegado hasta ahí es porque algo habrá, parece decirse mucha gente. No, no es así. Conviene por tanto mantener la cabeza fría y aclarar, o volver a aclarar, lo ocurrido cuando se despeje la situación, sin someterse al chantaje de un presunto delincuente. Para más adelante, las cosas podrían variar si desde el Gobierno, que es quien puede hacerlo, se hiciera un esfuerzo por cambiar el marco mismo –lo que llamamos cultura– en el que campañas como esta cobran verosimilitud. Existen coordenadas que permiten que unos hechos, o la valoración sobre esos mismos hechos, sean aceptables para la opinión pública. Ese marco, esas coordenadas, no deberían ser patrimonio ni monopolio de nadie, en particular de quien sigue sin aceptar que el centro derecha pueda gobernar en nuestro país, y menos aún con mayoría absoluta. No es una cuestión partidista, es cuestión de evitar el precipicio que, al parecer, tan atractivo sigue resultando.
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