Estados Unidos

Horticultor a punta de pistola

La Razón
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Empantanados en los conductos del sistema, cada vez más estadounidenses eligen la vía Kerouac: la de «Los vagabundos del dharma», cuando en compañía de poeta Gary Snyder abandonó la ciudad para vagabundear por los montes. ¿Exagero? Sí. En realidad los modernos eremitas no buscan a Buda bajo las secuoyas. Tampoco aspiran a cantar la celeste geometría del mundo en largos poemas chupados de ayahuasca. No son «beatnicks», al menos no la mayoría, ni creen que en la carretera guitarree el espíritu de Robert Johnson. Olvídense de las mariposas que anidaban bajo las barbas del viejo Whitman y de las conmovedoras reflexiones de Thoreau, el filósofo que dialogaba con los pájaros y los osos. Estos buscavidas, náufragos de todas las crisis que acampan en lo profundo del bosque, son en realidad los desplazados por un sistema tan exuberante como implacable. Lo cuenta el «New York Times» en uno de esos reportajes que justifican la existencia de los periódicos: miles de personas, ciudadanos de la primera potencia mundial, acaban por perderse en las montañas y duermen bajo el chaparrón de Perseidas ante la imposibilidad de encontrar trabajo o pagar el alquiler. Curiosamente ni Hillary Clinton ni Donald Trump parecen haber reparado en ellos. Si uno lee sus programas descubrirá que apenas los mencionan. No existen. Tal vez entienden que se trata de un capricho folclórico: ser pobres con el dineral que ganamos nosotros sin despeinarnos, apenas quebrando casinos y haciendo «lobby» con las industrias del petróleo canadiense, ¿a quién se le ocurre? Aparte, los pobres, pobres de solemnidad, pobres como de chiste de Chumy Chúmez, rara vez votan. Su movida es sobrevivir con 2 dólares al día. En un país en el que hay 47 millones de pobres, 1 de cada 5 niños, o sea, el 21% de todos los niños de EE UU, o sea, 15,5 millones, viven en la pobreza. Y pobre es un adulto que gane menos de 12.000 dólares al año. 15.000 en pareja. 19.000 en una familia de 3 miembros y 24.000 en una de 4. No es igual ser pobre en Indianápolis, donde alquilar un apartamento sale por 786 dólares al mes, que en Manhattan, 4.374 de media. En Nueva York, si sumas Queens, Brooklyn, Staten Island y el Bronx, baja a... 3.100 pavos. En una ciudad en la que el 20% de los hogares ingresa menos de 9.635 dólares anuales. Normal que acuciados por el hambre muchos opten por escapar a las montañas. Prófugos que, lejos de conjurar las fuerzas de la naturaleza junto a una fogata y escribir hermosos cuadernos de ornitología, siembran de basura el campo, provocan incendios y bastante tienen con sobrevivir al sol y la nieve. Ahora que el mundo, cada vez más, es una inmensa urbe, mientras los pijos progres de Brooklyn cultivan huertos homeopáticos en el tejado de sus casas, un batallón de parias cambia casero por mosquitos. Frente a lo que sostienen los partidarios de John Seymour, los parias ejercen de horticultor autosuficiente a punta de pistola y factura. De qué, si no.