José Luis Alvite
Humo con Pamela (II)
Se cruzaron dos mozos arrastrando sus percheros dorados por el vestíbulo del Empire y al remitir la gente ya no estaba en su sillón la señora del diario. Ocupaba su lugar y su periódico un hombre mayor con los bolsillos de la americana deformados por el naipe irregular de un puñado de cuartillas. Tenía un estupefacto rostro con las facciones flojas, una cara con culera en la que eran evidentes el cansancio, la decepción y la experiencia. Plegó el diario. «Leía mi crónica de hace unos días. Ni Kenia ni yo somos los mismos de la semana pasada, hijo. Mucho me temo que en África está empezando el pasado». Vi su foto apestillada en la columna del «Examiner». Era Phil Forrester, el escéptico columnista inglés del que se decía que le debía su estabilidad profesional y su equilibrio como persona a que llevaba puestos desde hacía años los zapatos de un viejo camarero de Covent Garden. Me senté a su lado con una mezcla de curiosidad y devoción. «¿Y dice usted que en África está empezando el pasado, señor?». «Así es, hijo. ¿Has visto cómo es ahora el río camino de Mombasa? El agua arrastra un arrabio de peces, banderas y sombreros. Es el fin de una época, muchacho. Mañana se cumplirán diez años de cualquier cosa que hayamos hecho hoy. Ese río... ese río, hijo, ya no está tan vivo y tan caliente como cuando yo metí por primera vez los pies en él hace treinta años y fue como vadear el tacto untuoso y genital de una cesárea. Aquel agua era a partes iguales inocencia, fertilidad y sexo. ¡Un derroche de geografía, sinceridad y vicio!». Lió un cigarrillo y lo selló pasándole la lengua al filo del papel. «¿Y puede saberse que hace un muchacho como tú en Kenia?». «Me asomé a mi ventana en Compostela y me vine en el humo que arrastraba un tren. Necesitaba ser extranjero, señor...».
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