Carlos Rodríguez Braun
Impuestos escandinavos
Atención, pregunta: ¿cómo pueden los escandinavos cobrar impuestos tan altos y mantener al mismo tiempo unas elevadas tasas de crecimiento?
Conviene descomponer la pregunta en dos partes, y empezar por explicar por qué su presión fiscal es tan elevada. Una primera razón es simple: porque el control del poder sobre sus súbditos es muy grande. Resulta complicado evadir impuestos allí, ni legal, ni ilegalmente. Hay pocos profesionales autónomos y numerosos asalariados, con todas sus rentas controladas por el Estado. Asimismo, el esquema fiscal apenas tiene deducciones.
El fisco es asimétrico ante la inmigración, según aclara Henrik Jacobsen Kleven, de la London School of Economics, para el caso danés: «La elasticidad migratoria de los extranjeros en Dinamarca es abultada, pero la de los nativos es pequeña. Los altos impuestos efectivamente desaniman a los extranjeros de rentas altas a desplazarse a Dinamarca, pero no incentivan a los nativos a abandonar el país».
A pesar de su elevada coacción fiscal, en los países nórdicos hay un paro muy bajo. Una razón: se subvenciona la participación laboral, por el gasto público en cuidado de niños o ancianos. «Esto efectivamente subsidia la oferta de trabajo porque reduce el precio de los bienes que son complementarios al trabajo. Es decir, las familias trabajadoras tienen más necesidad de ayuda para el cuidado de niños o ancianos, con lo que demandan más estos servicios».
Pero, dada la irritación que los impuestos altos suscitan en todo el mundo: ¿qué le pasa a la gente en Escandinavia? Podría suceder que asignan menos importancia a la libertad y la responsabilidad de los individuos. Esto aumentaría lo que llaman la «moral fiscal», la disposición a pagar impuestos. «La idea de que los pobres son perezosos la defienden sólo el 10-15 % de la población en Dinamarca, Noruega y Suecia, el menor porcentaje del mundo. En el otro extremo, más del 60 % de los estadounidenses piensan que la pobreza es resultado de la pereza de los pobres».
Una antigua disputa entre liberales e intervencionistas es, precisamente, el cuidado de los pobres y la posible relación negativa entre tributación y donaciones. Los nórdicos están poco dispuestos a aportar a causas solidarias. Los estadounidenses donan (y desgravan) bastante más que los europeos; donan el 1,67 % del PIB, versus el 0,14 % de Francia.
Parece que en los países nórdicos, que son economías muy abiertas, lo que es clave para su crecimiento, hay mucho control fiscal y también satisfacción ante el gasto público y la honradez de políticos y funcionarios. Son países «pequeños y homogéneos, con limitada diversidad racial y religiosa, elevado capital humano, y poca incidencia de conflictos violentos».
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