Alfonso Ussía
Injusticia
Soy español. Me siento muy feliz y orgulloso de serlo. Tengo la fortuna de conocer España de norte a sur, de este a oeste, y sus islas, y sus dos ciudades del norte de África, que ya eran españolas siglos antes de que se creara el Reino de Marruecos. Soy español y a pesar de sus lagunas, creo que la Constitución que nos dimos en 1978 es una norma legal generosa y justa. Me emociona mi Bandera. Creo en el beneficio arbitral e institucional de La Corona, que sobrevuela los enfrentamientos y las ambiciones partidistas. Y creo, fundamentalmente en su unidad territorial, puesta al tablero del juego desleal en muchas ocasiones en los últimos decenios.
He estado siempre con los que han muerto o sufrido heridas y desprecios por defender a España y en contra de los terroristas que han intentado, mediante el asesinato de inocentes, pulverizar la armonía de aquella democracia que nos inventamos gracias al Rey Don Juan Carlos que supo, antes que nadie, adelantarse al abrazo y la reconciliación de los españoles. Soy español, voto en Madrid, y mi voto vale un voto.
Otros españoles periféricos no se sienten hoy en día españoles. Muchos de ellos no han salido jamás de sus horizontes de aldea y campanario. Disfrutan del amparo que la Constitución les regala y ofrece. Recelan de la Corona porque saben que la unidad de España depende de su presencia. Cuando el terrorismo ha violentado la vida de los ciudadanos, de sus militares, de sus servidores del Orden Público, de sus hijos y de la larga relación de inocentes que han caído o han sido malheridos, de cuerpo y alma, por los criminales, muchos españoles estuvieron del lado de los que mataban y se solazaron con la tragedia de los que morían. Son españoles. Y votan en el País Vasco y en Cataluña. Y su voto vale cuatro veces más que el mío. Que me lo expliquen.
Si buscamos la igualdad territorial entre nuestras autonomías, tenemos que conseguir la principal igualdad. Que el voto de un madrileño, de un andaluz, de un castellano o un extremeño, tenga el mismo peso en las urnas que el de un vasco o el de un catalán. Me hiere que mi voto no influya en los resultados de unas elecciones generales como el voto de Otegui, de los de la CUP, de los etarras liberados, de Junqueras, de Puchdamón, del argentino que humilla en Barcelona nuestra Bandera y que el voto de la monja coñazo o del conde de Godó. La igualdad, en una democracia, principia en la igualdad del voto. Si los españoles somos los tenedores de nuestra soberanía, no pueden existir diferentes valores en la tenencia de la misma. Todo viene de las concesiones acomplejadas y excesivas que se resignaron por culpa de las coacciones nacionalistas en tiempos de la transición. Sucede que en aquellos tiempos, los que daban no supieron ver hasta que límite llegaría la deslealtad y las traiciones de los que recibían.
Soy español. Intento cumplir con mis deberes ciudadanos. De cien palabras que escribo, cuarenta y seis lo hago para la Hacienda Pública, que posteriormente beneficia y ayuda a quienes no lo merecen. Como dice la canción religiosa que tanto emocionó al Papa Juan Pablo II en su primera visita a España, «en mi barca no hay oro ni espadas/ tan sólo redes y mi trabajo».
Los Pujol son españoles. Se sabe que no han hecho otra cosa que aprovecharse del inmenso poder político del jefe de la banda para enriquecerse con la colaboración de la mansa burguesía catalana. La que vota y sus papeletas valen cuatro veces más que la mía. Pero algo pasa en ese lío que no me encaja. Los jueces en Cataluña –muchos de ellos–, prefieren la comodidad social a la aplicación de la Justicia. También sucedió en el País Vasco, con los jueces amenazados por la ETA que no superaron su lógica y terrible angustia. Creo que menos uno de los hijos, todos los Pujol son miembros de una banda que se ha dedicado a quedarse con el dinero de los demás. Y ahí están, felices y sonrientes, sabedores que el día en el que sean juzgados, sus delitos habrán prescrito. En su barca, hay oro, espadas, maletines, talonarios de Andorra, favores devueltos, coches carísimos, hoteles en México y todo lo demás. Su barca no se hunde porque el Estado no tiene excesivo interés de enterarse de sus charranadas. Pero sus votos españoles valen cuatro veces más que el mío, tan español y humilde.
Estoy seguro de que este artículo lo firmarían conmigo millones de ciudadanos de la España orgullosa y decente. De equivocar mi esperanza, me limito a firmarlo yo, con la inseguridad que el Estado me procura y el orgullo que España me regala.
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