José María Marco

Inmolaciones y corrupción

Como la economía, es decir, la situación general, difícilmente podría ir mejor, los socialistas han decidido hacer de la corrupción el eje principal de su campaña. Evidentemente, pueden hacer daño, y considerable, al PP. Hay que preguntarse si van a hacer algo más. Los socialistas deberían reflexionar acerca de su propia posición ante la corrupción. No es sólo el asunto de los ERE, por ejemplo, que dificulta el argumento regeneracionista por razones obvias. Están también hechos como el protagonizado por el diputado y portavoz Antonio Hernando, que se lanzó en tromba a acusar a miembros del PP de hacer exactamente lo mismo que él había hecho. Es posible que Antonio Hernando esté dispuesto a inmolarse por la causa del socialismo español. O tal vez es que lo estén inmolando. Sea lo que sea, resulta difícil entender cuál es la eficacia de una acción tan profundamente contradictoria, en la que se adelanta una exigencia ético-política que aquellos mismos que la plantean no son capaces de cumplir.

Quizás es que el Partido Socialista adolece de un de-sarreglo funcional estructural, que le lleva a decir una cosa, hacer la contraria... y pensar que la ciudadanía y los electores están dispuestos a perdonárselo siempre. O tal vez es que los socialistas han decidido hacer una campaña de puro y simple desgaste, en competencia directa con Podemos y Ciudadanos, y se figuran que el resultado de las elecciones andaluzas demuestra que los casos de corrupción que les afectan ya están amortizados.

No tiene por qué ser así, sin embargo. Al revés. El empeño en centrar la campaña en la corrupción sin tener en cuenta la conducta propia lleva naturalmente al descrédito de aquellos mismos que han tomado la decisión de hacerlo. En otras palabras, el voto que deje de ir al PP, si es que hay alguno que lo haga, no irá al PSOE y tenderá a dirigirse a alguna de las (más o menos) nuevas organizaciones que (más o menos también) pueden presumir del divino tesoro de la juventud intacta, sin marchitar. Ni el PSOE ni el PP pueden hacerse una reconstrucción como la que exige la consigna regeneracionista. Pueden, en cambio, adaptarse al paso del tiempo y renovarse con nuevas aportaciones e incorporaciones. También pueden intentar evitar, muy en particular el PSOE, tan aficionado a los juegos destructivos, que la democracia liberal parezca mucho más vieja de lo que es, que no lo es nada. Es verdad que el cortoplacismo socialista nunca ha tenido límites.