Tour de Francia
¿Inocente?
Al final de una etapa de la Vuelta en Salamanca, trascendió que Zülle había dado positivo con un broncodilatador, el famoso Ventolín. Drama en el Once. La cara de Manolo Saiz, el director deportivo del equipo, el vivo rostro de la tragedia, lágrimas de impotencia, por no poder explicar lo que consideraba inexplicable, ese error que nunca debió producirse. Pero ocurrió. El ataque de asma del suizo fue combatido con más medios de los que, en teoría, precisaba para superar la crisis. Fue un escándalo que se quedó en agua de cerrajas y que destapó los problemas de alergia generalizados en el pelotón. El porcentaje de ciclistas asmáticos está muy por encima de la media de la población normal. Luego hubo más casos, más explicaciones y, para atajar la epidemia, una solución: la cartilla biológica. En ella detallaban los corredores y sus equipos médicos habituales, cuáles eran sus necesidades medicinales para luchar contra enfermedades comunes que en su caso son excepcionales. Tuve ocasión de ver las cartillas de Óscar Sevilla y Ángel Luis Casero el año en que se jugaban la Vuelta. Asombroso. Aquello parecía un tratado de farmacología aplicado a un enfermo en la lista de espera de la parca. Pero todo era legal, todos los productos recetados y todas las cantidades prescritas.
El caso de Froome debe ser muy parecido; toma Ventolín por prescripción facultativa y porque es asmático. Pero sucedió el 7 de septiembre, en la vigésima etapa de la Vuelta, que a alguien se le fue la mano, según parece, y duplicó la presencia permitida de ese fármaco. El ciclista dice que es inocente, el Sky le apoya y ambos coinciden en que lo demostrarán; pero la UCI afirma que sus análisis, tanto en el frasco A como en el B, han descubierto un flagrante positivo. No hay un sólo culpable que no grite a los cuatro vientos su inocencia. Pero conviene esperar, por no enmierdar otra vez al ciclismo.
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