Pedro Narváez

Inocentes y culpables

La Razón
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Llevamos tantas semanas de inocentadas que cuando llegó el inefable momento de separar el grano de la paja en el día señalado se hizo el imposible. ¿Cómo saber si lo anunciando por Carmena y Colau, ese intercambio de alcaldías, era una broma? ¿Era cierto que el diputado De la Serna mandó a un recadero a por su acta? ¿Que realmente el colegio católico de Carabanchel quedaba fuera de la celebración de la cabalgata de los Reyes Magos porque, según el Ayuntamiento, sigue una política discriminatoria? ¿Y si es discriminatoria esa escuela por qué no la denuncian? ¿O se trata de una discriminación subjetiva? O sea, que a Carmena no le gusta. Reina Maga sí, pero los niños con los niños, no. Y puestos a contar mentiras, ¿por qué no hace directamente Carmena de rey Melchor que ya lleva la peluca puesta? Y así, como sucede en asuntos mayores, nos vamos acostumbrando hasta que sea falta grave protestar porque la protesta se vuelve reaccionaria y hostil hacia la moral que impera y a las costumbres de andar por casa, lugares en los que uno no ha de sentirse bien. Esta espuma biempensante come más que un remordimiento y encima uno no puede confesarse. España era una españolada y ahora es una inocentada soluble como el Nesquik, aunque yo soy más de los grumitos del Cola Cao, un remedo de su propia postal «kitsch» en la que una turista flamenca de Flandes hacía de gitana canastera en un tablao de Torremolinos. Sólo ayer volvimos a la realidad, tras los inocentes, cuando supimos que el previsible Mariano Rajoy seguirá adelante. Lo bueno que tiene este hombre es que en un país de bromas y confeti programático, de saltimbanquis con largas piernas de madera, el presidente en funciones se mantiene de Pontevedra. Ahí tenéis la alternativa. ¿Mola, eh? Esa amalgama que expresa una pluralidad que es la envidia de las democracias occidentales. Esas mareas independentistas que ya las quisieran en Escocia, esos antisistema que dejan a los griegos en la UCD. Tantos años, a diestra y siniestra, machacándole para esto y ahora queremos pasar por inocentes, el pobre rebaño que no sabía lo que hacía. Si España, pues, se toma a broma, qué esperaremos cuando nos examinen desde fuera. Somos un país que ha jugado a presentarse a sí mismo como Betty la fea para que vengan unos mesías que no entrarían ni de figurantes en la cabalgata de unos grandes almacenes, que no saben si empezar por quitarle las gafas o por lavarle el pelo. Lo único sensato desde el 20-D es que Rajoy haya dejado las inocentadas, pero ya los demás viven en el club de la comedia arrullados por los aplausos.