César Vidal

Jerusalén, Jerusalén (III)

Conocí a Mauricio hace casi veinte años en Caracas, adonde me habían invitado a dar una conferencia sobre el Holocausto. Durante los postres, alguien se empeñó como pasatiempo en que analizara la firma de los presentes. Sorprendido, descubrí que en su letra aparecía un trauma pavoroso que lo mantenía anclado al pasado. No pude evitar preguntarle. «Ochenta y un familiares míos fueron asesinados en la Shoah», me dijo con voz suave. En aquella misma cena, recordó a los presentes que, por bien que se viva en cualquier país, la tierra de los judíos es Érets Israel. Con el paso del tiempo, nos volvimos a encontrar una y otra vez. La última fue hace unos días en el museo del Holocausto, acompañado por mi hija Lara. Como todos los que han vivido de verdad una tragedia, nunca quiso dar detalles de la suya. Pero la cercanía de la joven lo llevó a abrirse algo más. Era un sefardí de Salónica, un judío de los que seguían hablando español casi medio milenio después de la infame Expulsión. Cuando los nazis comenzaron a detenerlos, un sacerdote ortodoxo lo recogió y le enseñó el Padre nuestro en griego para que pudiera ocultarse de las pesquisas del cruel ocupante. Fue una elección más que adecuada porque el Padre nuestro es una oración medularmente judía, dirigida al único Dios y sin referencia a mediador humano o a cualquier otro ser creado. La plegaria no crearía al niño ningún problema de conciencia y podría salvarle la vida. Así fue. Cuando los nazis fueron en su busca, se vieron incapaces de dar con él y el sacerdote ortodoxo prefirió que lo quemaran vivo a revelar la identidad de un solo judío. Esta mañana, Mauricio lo ha narrado para nosotros al lado del Museo de Yad Vashem de Jerusalén, entre los árboles del Bosque que honra a los justos entre las naciones, aquellos gentiles que arriesgaron su vida para salvar la de los judíos sumidos en la vorágine del Holocausto. En sus palabras, pronunciadas casi con dulzura, no había rencor ni amargura. Sólo gratitud a aquel hombre y a Dios, que lo puso en su camino. Hemos encendido una vela en honor de los justos entre las naciones en el lugar reservado a España. Pero no todos. Lara ha preferido hacerlo ante el muro donde se recogen los nombres de los griegos. En recuerdo emocionado de aquel que preservó la vida de un niño llamado Mauricio que ahora se encuentra a nuestro lado.