Restringido
Jesuitas
El Sínodo está a medio camino y son muy numerosas las voces que se alzan preguntándose hacia dónde se está orientando. Legítima cuestión, puesto que existe el convencimiento de que éste es uno de los desafíos mayores del Papa Francisco en su tarea de renovación de la Iglesia. Hay opiniones para todos los gustos: algunos se atreven a afirmar que la barca eclesial navega sin rumbo fijo, sin brújula, sin timonel; otros lamentan, por el contrario, que las resistencias son tantas que el Santo Padre no será capaz de vencerlas y se resignará a algunos cambios cosméticos. Opiniones, todo hay que decirlo, sin demasiado fundamento en la realidad de los hechos que se están sucediendo estos días en Roma. Aunque está bien escuchar a todos los que opinen, conviene ejercitar el discernimiento, palabra ignaciana que los jesuitas llevan años practicando. Lo ha hecho de forma estupenda el actual prepósito general de la Compañía de Jesús. El español Adolfo Nicolás es uno de los sinodales nombrados por el Papa personalmente y uno de los diez redactores del documento final de esta asamblea. En unas declaraciones al «Corriere della Sera» (7 de octubre) el jesuita centra bien el problema. «Francisco, frecuentemente, no es bien entendido. Él es un buen teólogo y conoce bien lo que dice la doctrina y no quiere cambiarla. Pero quiere encontrar puertas abiertas para la pastoral. Como dijo en la misa de apertura, una Iglesia que cierra las puertas no es la Iglesia de Cristo. Propone la apertura a las personas: no a los principios, sino a las personas. Espero que ésta sea la fuerza que dirigirá el Sínodo». Un poco más adelante afirma: «Mi impresión es que las expectativas que se están proyectando sobre el Sínodo son un poco extrañas. El Sínodo no es sobre los divorciados, ni sobre las parejas homosexuales, sino esencialmente sobre la familia. ¿Cómo ayudar a las familias? Algunas de ellas tienen heridas muy profundas». Bergoglio es Papa desde hace dos años y medio y jesuita desde hace décadas. Lleva muy dentro de su alma el espíritu de San Ignacio y, como el fundador, quisiera ganar esta batalla para Cristo. Pero no quiere ganarla solo, quiere caminar con los obispos – eso es el Sínodo– y convencerlos de que la suya es la estrategia más conveniente para la Iglesia.
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