José Luis Requero
Jueces íntegros
Leo que el Papa Francisco fijó que durante mayo se rezase para «que quienes administren Justicia actúen siempre con integridad y recta conciencia». Son intenciones que mes a mes fija el Papa para que la gente rece por ellas; se centran en las grandes necesidades de la humanidad y que preocupan a la Iglesia. Que en el Año de la Fe se dedique un mes expresamente a rezar por la integridad moral y recta conciencia de los jueces no puede pasar desapercibido; sobre todo porque si se leen las otras intenciones ninguna se refiere a una función del Estado ni a concretos servidores.
Sería una torpeza pensar que la integridad moral del juez o su rectitud de conciencia son valores confesionales. Por ejemplo –y elijo una cita entre decenas– Ossorio y Gallardo decía que «la rectitud de la conciencia es mil veces más importante que el tesoro de los conocimientos»; y concluía que «por vasta y bien cimentada que resulte la preparación científica... tan sólo si ello va unido a una personalidad moral adecuada, puede pensarse en ciertas garantías de acierto».
Esto le viene al pelo a la España de hoy. Si levantamos la cabeza del caso de corrupción de turno oiremos un clamor por verdaderos servidores públicos. Aparecen así códigos de buena conducta, leyes que proclaman principios éticos o que coticen valores como la transparencia: se da la bienvenida a todo lo que sea potenciar las virtudes públicas. Y si se quiere que haya servidores ejemplares, desde luego a todos interesa que los jueces actuemos con integridad moral y rectitud de conciencia. Piénsese en lo contrario y se verá a qué desastre iríamos.
Tomo esta iniciativa de la Iglesia como pretexto para resaltar la relevancia de la Justicia y, en particular, de los jueces. Por ejemplo, tras la última encuesta de la EPA se ha instalado el pesimismo, tanto que la EPA parece competir en poder depresivo con el desastre del 98. En estos días he leído rondas de opiniones entre expertos sobre cómo salir del pozo; muchas recetas y en casi todas aparece la eficacia de la Justicia como componente básico de esa fórmula magistral que precisa España para sanar.
Tenemos así la siguiente conjunción: una sociedad que busca y quiere referentes morales en medio de tanta sinvergonzonería, unos expertos que dicen que una buena Justicia es esencial para que España funcione y la Iglesia que en pleno Año de la Fe, como parte del mismo, pide oraciones para que haya jueces rectos e íntegros. De tal conjunción bien podría concluirse que se es muy torpe si no se cae en la cuenta de la importancia de la Justicia y de los jueces.
Andamos ahora de reformas judiciales que pasan por la del Consejo General del Poder Judicial, órgano que parece absorber y agotar toda idea de reforma de la Justicia. Pero la Justicia es mucho más que eso como lo demuestra lo que se espera del funcionamiento del sistema judicial: sería, por tanto, empobrecedor agotar todo discurso sobre política judicial en cómo funciona el Consejo o quién elige a sus miembros y cómo se eligen.
De los jueces se espera la garantía de lo que en términos vulgares se llaman las «reglas del juego». Según la prensa, parece que en eso fallamos: atracadores que son liberados, dopaje deportivo que acaba impune, procesos burocratizados que se eternizan, agitadores diversos que coaccionan impunemente, etc. Sin embargo, detrás de cada asunto y de cada decisión judicial hay un porqué no ya bien explicado, ni siquiera explicado, y jueces incomprendidos que en soledad han actuado con integridad y recta conciencia.
Son jueces que padecen tanto a políticos, altas instituciones como a grupos de presión variopintos –desde periodísticos a policiales– que toman a la Justicia como pararrayos que atraiga el enojo popular o para que oculte sus responsabilidades. Esa calidad de los jueces forma parte de la fórmula magistral que precisa España, y es algo que hay que respetar, valorar, preservar y mejorar. Espero que el Consejo divulgue –literalmente, propagar entre el vulgo, es decir, informar– el porqué de sus actuaciones y que en las reformas venideras se potencie ese activo humano. Si se perdiese sólo quedaría rezar, como aconseja el Papa.
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