Toni Bolaño
Juego de tronos
Rajoy y Mas se verán hoy en la inauguración del nuevo tramo del AVE. No se veían desde el 20 de septiembre. El día que Rajoy dijo no a Mas. El día que Mas esperaba ansioso el no de Rajoy para justificar el adelanto electoral. Desde entonces, ha llovido mucho y no a gusto de todos. Los dos presidentes dicen estar dispuestos a hablar. Con el inicio de curso, empiezan la nueva temporada de su particular «Juego de tronos».
Rajoy se mantiene a la espera. Mas sabe que tiene que tomar la iniciativa. Lo hace cerrando filas con sus huestes. Las suyas y las republicanas. La próxima semana izará la bandera aprobando en el Parlament una declaración soberanista. Después, desempolvará la ley de consultas, que se quedó en un cajón por las prisas electorales, para aprobarla antes del verano. Esperando su momento, se situarán Sánchez-Camacho y Duran. Los dos quieren recuperar su papel protagonista. Los socialistas intentarán limar sus propias asperezas. Rubalcaba y Navarro tienen diferencias pero también necesidades. Deben buscar su propio espacio. No pueden confundirse con el PP si quieren agrandar su espacio, muy mermado desde el 25-N. Pero tampoco pueden difuminarse con los partidos de la consulta porque dejarían huérfanos a sus votantes y la ruptura sería una realidad en el seno del PSC.
Las primeras escaramuzas ya han empezado. Protagonistas, Mas-Colell y Montoro. La Generalitat necesita dinero con urgencia. 18.000 millones para ser exactos para pagar intereses y deudas. Mas-Colell pide flexibilidad a Montoro. Montoro exige cumplir con el déficit. El consejero catalán sabe que el camino es difícil pero no tiene otro. Los mercados están cerrados y la Caixa ha cerrado el grifo. No parece dispuesta a costear aventuras ni a mantener un grado de exposición elevado ante una Generalitat calificada como bono basura. La madre de todas las batallas espera a la vuelta de la esquina: los presupuestos. Mas tiene que pactar con un Junqueras que es, a la vez, gobierno y oposición. Los recortes serán un mazazo de grandes dimensiones. Se recurrirá al manido «la culpa es de Madrid» pero los trabajadores públicos o serán despedidos o verán mermado su salario. La revuelta estará servida. La clave es saber a quién favorecerá.
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