Alfonso Ussía
Juriquilla
Vuelvo atrás en la figuración. Toman una copita de fino, en la fresca de una noche sevillana del mes de mayo. José y Juan. Juan y José. Miran a sus copas y no se atreven a cruzar sus ojos. Al fin, Juan Belmonte se atreve a dar el paso. «Mira, José, que estoy muy preocupado por nuestro prestigio y nuestro futuro. Este año tampoco toreamos en Juriquilla». Y José asiente. «Vamos de mal en peor, Juan».
El mundo del toreo, el del toreo de verdad, nace y muere en Juriquilla, Querétaro, México. Fui de los primeros en dedicarle una columna en ABC a José Tomás, el asombro de un ya lejano San Isidro. Los versos de Rafael Alberti. «Da su junco a la media luna fiera/ y a la muerte su gracia, de rodillas». Aquello fue un pasmo. Y lo volví a disfrutar, con toritos más facilones de Manolo Prado, en la última «Goyesca» organizada por Antonio Ordóñez. Compartía cartel con José Mari Manzanares y Francisco Rivera Ordóñez. En la cena que nos ofreció el Maestro –con mayúscula–, a un reducido grupo de amigos en el Recreo de San Cayetano, el inmenso rondeño, ya destruido por un cáncer, nos reconoció que en José Tomás, en algo que no en todo, podía reconocerse a sí mismo.
Antonio Ordóñez reapareció en Madrid con toros del Conde de la Corte. Y toreó miuras, pablorromeros, y todo lo que se le puso por delante. No faltó a Madrid, Sevilla, Bilbao, San Sebastián, Jerez y Ronda. Se jugó la femoral toreando según los cánones honestos del toreo y nadie lo hizo como él, aunque mi querido Vicente Zabala fuera ferviente «bienvenidista». Y vuelvo a la noche fresca en la terraza de una taberna de Sevilla. Ahí, los dos Antonios. «Estoy muy preocupado, Antoñito. Este año no toreamos en Juriquilla»; «Antonio, lo nuestro es el fin. No tenemos remedio».
José Tomás volvió del revés el pasado año la plaza de Nimes. Y ha tenido el gesto de torear, llenar y entusiasmar en la plaza condenada a muerte de Barcelona. Pero alguien le asesora tangencialmente, con mal sesgo. Un torero de su categoría no puede rehuir Madrid, ni Sevilla, ni ahora –reciente decisión–, Bilbao, donde la ausencia del gran Iñaki Azkuna será compensada por una de las más entendidas aficiones de España, como es la bilbaina de Vista Alegre. José Tomás no quiere televisión y se ha inventado una personalidad que extraña la naturalidad de los grandes toreros. Es foco de pasiones. Hay tomasistas a muerte –y con motivos por su extraordinario arte–, y antitomasistas decepcionados por sus actitudes. En su intimidad, los que bien le conocen afirman que es un personaje. Un hombre con una personalidad arrolladora y que no se deja aconsejar. De ser cierto, que lo dudo, le recomendaría que se distanciara de quienes están terminando con su reinado. José Tomás es un rey del toreo, pero como al personaje de Ionesco, todas las noches sus enemigos le reducen el territorio de su reino.
Fuera de todas las plazas importantes de España. Adiós a las legendarias ganaderías. Reaparecerá el 3 de mayo, Sevilla ya vencida y San Isidro en su apogeo, en la plaza de Juriquilla en Querétaro. Y volverá a Nimes, y toreará como los ángeles, pero eso es otra cosa si se me permite escribirlo. Aunque no me extrañaría que le concedieran una vez más, por su faena en Juriquilla, el premio «Paquiro».
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