Martín Prieto
Justicia con minúscula
En 2008, pinchada la burbuja financiera el FBI detuvo a Bernard Madoff como presunto autor de la mayor estafa urdida por un solo hombre. Seis meses después (6), tras un sumario sencillo como el sentido común aunque el fraude, internacional, era enrevesado como el rabo del demonio, el truhán fue condenado por un juez federal a 150 años de cárcel sin acceso a la condicional. Será libre en 2159, a los 224 años de edad, si también logra engañar a la biología. Asuntos como este ayudan a los hombres a permanecer en el camino de la virtud. La corrupción es inherente a la Humanidad, y esta erupción de jarrapellejos que nos acongoja tiene asiento en una administración de Justicia que no funciona ni ha superado procedimientos decimonónicos. Alfonso Capone nunca fue juzgado por rufián, contrabandista o asesino, sino por mero fraude fiscal que le mudó a Alcatraz. ¿Alguien cree que nuestros buenos jueces estudian con comprensión de textos, aunque lean en diagonal y salten resmas de capítulos, sumarios de cincuenta mil folios? Hace milenios es axioma que la Justicia lenta no es tal, y en España el dar a cada uno lo suyo es un proceso tendente al infinito y la eternidad. Bárcenas no pasa de contable infiel y arrebatacapas ante las cantidades que afloran. La única revolución es la de la Justicia, los procedimientos procesales y el Código Penal. Lesmes, presidente del Supremo y gobernador de los jueces, lo acaba de decir en esta Casa sin que a nadie se la haya fruncido una pestaña: tenemos leyes para robagallinas y no para los grandes defraudadores. Si a un trujimán se le ocurriera blanquear el Banco de España no pasaría más de seis o siete años en prisión, sumando lo cual a que nadie restituye, el delito renta. Para que esta Justicia vuelva a escribirse con mayúscula será precisa una generación, 10.000 jueces más opositando, menos puñetas y muchísimo dinero. Y si no, no.
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