Carlos Rodríguez Braun
Justicia y populismo
Hay algunas personas que piensan que las aberraciones antiliberales que dicen los jueces son excepcionales o en todo caso que nos afectan a nosotros en España, pero que no son destacables fuera de aquí. Sospecho, sin embargo, que la verdad es la contraria.
Que haya jueces antiliberales no debería sorprendernos en absoluto. Lo sorprendente sería lo contrario. En efecto, hemos vivido ya bastantes décadas bajo un sistema político profundamente intervencionista que justificó el quebrantamiento de los derechos y libertades clásicos por mor de unos nuevos derechos «sociales» que sólo se concretan mediante dicho quebrantamiento, porque exigen un vasto crecimiento de la coacción política y legislativa. Ese proceso se ha producido en nuestro país, en democracia y bajo el amparo de la Constitución de 1978: las preferencias de los ciudadanos, que claramente han dicho siempre que no querían pagar más y más impuestos, han sido ignoradas.
Si este movimiento conquistó a los políticos y a los obispos, a los sindicalistas y a los filósofos, a los empresarios y a los artistas, a los catedráticos y a los legisladores, ¿por qué no iba a hacer lo propio con los jueces? Naturalmente que los conquistó. El ex juez Garzón, así, no es excepcional, salvo en su carácter mediático y groseramente sectario: el grueso de su profesión comparte el antiliberalismo prevaleciente, en España y fuera de aquí.
Un buen ejemplo de esta situación es el juez argentino Raúl Zaffaroni, que acaba de asumir como miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, nada menos. Entrevistado en el diario Página 12 empleó la retórica izquierdista-populista habitual, como el utilizar reiteradamente la expresión «campo popular», típico lenguaje sectario, como si realmente hubiera entre los ciudadanos una posibilidad de clasificarlos nítidamente según sean amigos o enemigos del pueblo. Es una variante del lenguaje clasista característico del marxismo. Si fuera de Podemos, el señor Zaffaroni habría dicho: «Los de arriba contra los de abajo».
Seriamente, afirmó que vivimos en «la etapa superior del colonialismo... mandan y compiten las corporaciones...el poder político en todo el planeta está sitiado por transnacionales. Es una nueva forma de virreinato. Mandan ellos, es decir las corporaciones transnacionales con sus agentes en funciones políticas. No hay un partido político en combinación con el “establishment” y que funciona como fusible. No. Directamente han tomado el poder, sin mediación política».
Esta retórica entre comunista y fascista es una asombrosa ficción. Dado el enorme tamaño de los estados en nuestros días, la gigantesca presión fiscal que oprime a los ciudadanos, y el sinfín de controles, multas, regulaciones, prohibiciones, etc., que los rodean, es un desatino que don Raúl hable de que no hay «mediación política». Pero, sea ello como fuere, lo revelador es que una persona de tanta relevancia en la judicatura hable, en realidad, igual que Baltasar Garzón. Q.E.D.
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