José Luis Requero

Juzguemos

Lo lamento, pero voy a hablar de Podemos. Es lo que toca. Según los últimos datos del CIS es la segunda fuerza política en intención de voto, lo que le daría posibilidad de gobernar desde un previsible frente de izquierdas. En mi caso me ocupo de ese partido en lo que me concierne, la Justicia. He intentado saber qué piensa, cuáles son sus planteamientos, su programa y el resultado es muy sencillo: cero. No he encontrado nada, absolutamente nada sobre qué haría con la Justicia, lo que confirma que se trata de un partido de eslóganes, de ideas tan fáciles como faltas de contenido, pero con una habilidad más que probada para manipular sentimientos y azuzar resentimientos. Y poco más.

La verdad es que ese silencio no es una incógnita –¿qué hará si gobierna?– porque el programa lo lleva en su ADN. Es muy previsible. Siendo como es un partido comunista, de izquierda radical con aromas bolivarianos, basta mirar y contemplar el funcionamiento de la Justicia en esos faros de Occidente como son Venezuela o Cuba para hacerse una idea de cómo gobernaría. O sin ir más lejos, si se aúnan todos los mensajes e iniciativas de la izquierda radical en los últimos años pronto sabríamos cuál será ese programa aún no escrito sobre la Justicia, sobre lo que se exige a un juez que haga o cómo debe interpretar las leyes. De momento su objetivo es dar un cerrojazo al sistema constitucional. A partir de ahí pedaleen y saquen conclusiones.

Hasta el uso alternativo del Derecho quedaría superado. Ese uso alternativo permitió que en las democracias del sur de Europa una judicatura ideologizada supliese a unos partidos radicales sin mayoría para hacer las leyes. No las hicieron, pero contaron con la inestimable colaboración de quienes las aplican e interpretan y reorientan las leyes hacia sus postulados ideológicos. Ahora ese quintacolumnismo judicial quedaría superado si es que se cuenta con lo básico: el Boletín Oficial del Estado. Aun así, no me preocupa mucho Podemos. No me preocupa lo que hagan o digan esos presuntos profesores que integran los cuadros dirigentes de ese partido, frutos del sistema universitario español, incapaz de colocar una universidad entre las mejores del mundo, pero capaz de alumbrar, cobijar y engordar a esos elementos. Lo que sí me preocupa y mucho es que haya miles de españoles –no necesariamente indocumentados– dispuestos a votarles, capaces de iniciar el camino hacia un suicidio colectivo.

Y me preocupa que, sin hacer grandes cambios, pueda tener a su disposición unas normas y una organización judicial que dan supremacía al poder político sobre la Justicia. Se lucraría de un sistema ideado a partir de 1982, cuando se arrumbó el pacto constitucional para instaurar un gobierno judicial pensado en clave de poder político fuerte, Justicia débil. Un sistema que la derecha española, tras prometer que lo suprimiría para volver al pacto constitucional, no sólo ha incumplido esa promesa –otra más en la papelera–, sino que lo ha acentuado porque, en el fondo, le conviene: gobiernes tú o gobierne yo, el caso es que controlemos el invento como forma de autoprotección.

Pues ahí lo tenemos. Ese sistema adulterado y partitocrático se habrá tolerado no sin resinación con el actual cuadro bipartidista, pero sería insufrible si estuviese a disposición de unas manos más que indeseables. Los mandos de un Estado así diseñado los controlaría una izquierda radical que ejecutaría un programa totalitario y , además, tendría a su favor una baza formidable: gobernaría una sociedad civil inerme, que habría sido incapaz de repeler semejantes alternativas. Es la consecuencia de haberla dejado sin apenas defensas, de haberla desvitalizado desde un poder político que se creía inmune y diseñado a conveniencia no pocos mecanismos de control y equilibrio.

Y encima, con la despensa llena y las cuentas bastante cuadradas. La derecha una vez más ha ejecutado el destino que parece que se le reserva: arreglar los desmanes económicos de la izquierda para que al volver –ahora ya radical– pueda disponer de combustible para unos cuantos años. En fin, sinceramente: nada me gustaría más que dentro de un año alguien me echase en cara que el 10 de febrero de 2015 publiqué un infundado y tremendista artículo.