Crítica de libros
La acomodación social
No parece que se precisen muchas capacidades analíticas para comprobar que, haya ocurrido lo que haya ocurrido, el hecho es que las provisiones intelectuales y de sensibilidad, y a comenzar por la lengua y las construcciones lógicas de ella e incluso del mero pensar llevan unos años, digamos que en situación confusa; y, naturalmente, de vez en cuando surgen noticias de exámenes de pruebas o exámenes con preguntas primarias grotescamente contestadas. Algo que parece que no sucedía tan normalmente con un bachillerato que en este nuestro país duró digamos que desde el primer tercio del siglo XX hasta su último tercio y consistía todo lo modestamente que se quiera en ser un verdadero eslabón de transmisión de la vieja cultura –saber y conocimiento– y un cierto estilo o apostura que quería ser la «apostura interior» de la que habló Werner Jaeger.
Y la transmisión de todo ello, inteligencia, sensibilidad, y «ethos» o comportamiento, ha de hacerse a cada nueva generación, que ha venido al mundo como todas las demás, algo así como en estado neandertalense, y debe ser impregnada digamos que de unos cinco mil años de pensares, sentires, comportamientos y sensibilidad a la belleza artística. En realidad, la enseñanza es un proceso por el cual quien es superior en saber trata de hacer un igual a sí mismo de aquel a quien enseña. Y es un quehacer que fue admirado, hasta que las doctrinas totalitarias decidieron que no debía haber más prestigios y autoridades que las del sátrapa y las de las doctrinas políticas, y la enseñanza no ha acabado todavía de ser mirada por muchos sino como un simple instrumento de siembra ideológica, o como florero de adorno o trampolín social.
A finales del siglo XIX, estalló en USA el primer ataque contra la enseñanza de lo que se llaman las «Humanidades» o la «Ciencia» o saber de conocimientos no inmediatamente útiles, ni políticamente explotables o comercializables. Y tal ataque vino, en primer lugar, de los grandes industriales, lo que únicamente buscaban eran trabajadores hábiles; o, como en España traducía el señor Bravo Murillo: «Aquí no necesitamos gente que piense, sino bueyes que trabajen»; mientras que «acomodadores sociales», como Dewey también en USA, explicaban que «violamos la naturaleza del niño... introduciéndole demasiado abruptamente en un cierto número de estudios especiales de lectura, escritura, geografía, etc. fuera de la relación de su vida social. El verdadero centro de correlación de los temas escolares no es la ciencia, ni la literatura, ni la historia, ni la geografía, sino las propias actividades sociales del niño». Esto es, su «acomodación social».
Ésta acomodación social se había encomendado, en principio, a la prensa popular barata, que repetía incesantemente el catecismo político-social y hablaba a sus lectores de sus propias actividades sociales, del famoso entorno; y luego se trasladó a la escuela para sustituir al saber con el rebajamiento del nivel de instrucción y la igualdad en la ignorancia: Y una vez más hay que recordar que, como explicaba Aldous Huxley, la enseñanza primaria universal se convirtió en el instrumento más eficaz del dominio del Estado, de la mentira organizada y de la seducción de distracciones imbéciles; y hay que añadir que desde ahí ya se preparaba el desastre.
Los estudios medios, por ejemplo, son los únicos que pueden abrir la posibilidad de un verdadero conocimiento intelectual más adelante, y sería suficiente con evocar, a este respecto, por ejemplo, la eximia figura del doctor Sigmund Freud, a quien fue la alta calidad de su bachillerato, y no sus estudios médicos, lógicamente técnicos, la que le permitió luego la construcción de su pensamiento. Y esto es lo que se sobreentiende que debe suceder también en el marco de nuestras enseñanzas. Pero parece que preferimos acomodarnos socialmente y acogernos a una ideología para sustituir al saber y al pensar. Esto es, a una enseñanza como instrumentación política y abaratamiento y banalización intelectuales y morales. Y estamos tan contentos, con tal de que esa catástrofe sea igual para todos y que nadie fracase en ella.
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