Restringido

La banalización del bien

La banalización del mal, ése es el tema de la semana en Cataluña. Se presenta una propuesta en el Parlament para que no se utilice de manera banal o insustancial la acusación de nazi. O que se insulte con fundamento. Es cierto. Somos muy dados a acusar de facha a cualquiera por decir, sin ir más lejos, que lee a Manuel Machado. Que es como acusar de «foixista» a alguien por leer a J. V. Foix. El término «banalización del mal» lo acuñó, como es sabido, Hannah Arendt a raíz del juicio a Adolf Eichmann (en 1961, en Jerusalén), aquel eficaz burócrata encargado de administrar contablemente las personas que debían morir en la cámara de gas. Era obediente y él también tendría miedo, pues era humano, que es lo que más desconcierta. Eichmann acabó en la horca y muchos creyeron que con él se había acabado la enfermedad. No, advirtió Arendt, él sólo ejecutaba una orden y no era la encarnación del mal. El nazismo era el conjunto de la sociedad alemana, bondadosa pero con muchos psicópatas sueltos. Un lugarteniente de Artur Mas ha acusado a España –la grandilocuencia es de este estratega– de «laxitud» al denunciar prácticas totalitarias, en concreto, las del nazismo. Éste sería un ejemplo, no de banalidad, sino de manipulación –no diremos goebbeliana por no ser banales de nuevo–, por ser estúpida, como lo es el manoseo de la mentira hasta convertirla en verdad y creer en su eterna pulcritud. Es decir, que va a pasar inadvertida. Creo que el problema ahora no es el mal, sino la banalización del bien, pensar que una estupidez dicha en alejandrino es la representación de la bondad. Escribió Spinoza en su «Ética» que el bien es una de las maneras de mostrarse el mal cuando éste quiere ocultar su propia naturaleza. No conozco a ningún político que haya deseado lo peor para sus ciudadanos, aun trabajando sin descanso por ello. Desconfiemos, por lo tanto, de la bondad si en su rostro no hay algo de ira.