José María Marco

La buena conciencia

La espectacularidad de las imágenes, de los hechos y de algunas de las medidas tomadas tanto por las autoridades ucranianas como por las rusas en los últimos días han suscitado una ola en la que se mezcla indignación y exageraciones, entre estas últimas la que atañe a la impotencia de la Unión Europea y Estados Unidos. Hay que recordar que Estados Unidos, aunque se juegue mucho en la zona, tiene asegurados sus intereses y no va mandar a los jóvenes norteamericanos a una de las regiones más peligrosas del mundo. La UE, por su parte no tiene una política exterior unificada porque no es un Estado, ni tiene un ejército, ni los intereses de los países miembros son idénticos. Probablemente, si de algo ha pecado la UE es de haber dado demasiadas alas a la opinión pública ucraniana, sabiendo que su apoyo a un vuelco de Ucrania hacia la Unión es mucho menor que el que le ofrecían los rusos para ir en la dirección opuesta. (Lo único que le faltaba a la UE es integrar una economía como la de Ucrania.)

También se viene hablando mucho del imperio ruso y del nuevo zar Vladimir Putin. El caso es que la política rusa no es una política imperial, sino de defensa de sus fronteras y de sus intereses estratégicos. Lo que ocurre en Ucrania, como en Georgia, afecta a la seguridad nacional rusa. De ahí su importancia y la negativa a que se integre en la UE o en la OTAN. Una vez recuperada Crimea, es posible que la continuación de las operaciones resulte tan alta que se detenga cualquier intervención en Ucrania. La advertencia está bien clara, en cualquier caso, y la opinión de los países occidentales debería tenerla en cuenta. No basta con gastar buena conciencia y mirar con aires de superioridad moral a los rusos.

Los ucranianos –ni que decir tiene– serán los grandes perdedores de este tira y afloja. A menos que decidan ir a una división del país, habrán de aceptar el hecho de que ganará el partido que sepa convencer, en unas elecciones libres, a la mayoría de la población. Contra la geografía no se puede luchar. Sí se puede, en cambio, contra la corrupción y la falta de transparencia. Hace falta proponérselo en serio, y ya lo consiguieron, cuando la Revolución Naranja. El nacionalismo antirruso, el populismo, la xenofobia y las hinchadas radicales como las que componen el «Pravy Secktor» (partido derechista) sirven para ocupar plazas, no para construir una democracia.