Cristina López Schlichting
La buena vida
He calculado, a lo bestia, la corrupción reciente (operación Púnica, Eres, Pujoles, Bárcenas, Bankia...) y, tirando a la baja, me salen 10.650 millones de euros. Dividiendo entre 19 millones de contribuyentes, nos han robado 560 euros a cada uno. Eso, sin contar las pérdidas colaterales: inversores que no vienen, emprendedores que tiran la toalla, consecuencias en imagen y cotización de España. En la universidad de Las Palmas de Gran Canaria, el profesor Carmelo León ha cuantificado esta segunda parte en 40.000 millones anuales. Total, 50.000 millones de euros. Los comentarios culpabilizan a los políticos y, sin embargo, el problema no es político, ni siquiera económico. Los Granados o los Pujoles sacaban dinero fuera con la misma naturalidad con la que lo hacían cientos de empresarios que, en los 90, comentaban que no pensaban permitir que Hacienda les robase. Era la misma indiferencia con la que se cobraban comisiones (porque «no se lo iban a llevar sólo los empresarios») o los abogados pagaban sobornos en la Plaza Castilla de Madrid para acceder a los sumarios. Al mismo tiempo, la pregunta de albañiles, electricistas y fontaneros era «señora, ¿con factura o sin factura?» Y no voy a escribir de contabilidades B –que las había en todas las empresas–. La corrupción se combate con leyes y mecanismos de inspección, multas y cárcel. Pero la avaricia no se reduce tan fácilmente. Lo que importa en nuestros días es la pasta y el sexo (la fama o el poder sirven a los fines anteriores). Y, mientras eso sea así, muchos seguirán fascinados por quitarles a los demás el dinero que debería servir para construir escuelas u hospitales. ¿Qué hacer? Yo estoy con el Papa; mientras los hombres no descubramos algo más grande, verdadero y bello, no hay esperanza para nuestro mundo. Hay más de 500 encausados en España por corrupción, pero hay 13.000 misioneros españoles por todo el mundo. ¿Por qué unos dedican la vida a robar y otros a amar? El poder está interesado en que nos aturdamos con el fútbol o la pornografía, pero todo ese ruido de fondo no sacia el corazón. Corremos y corremos tras una zanahoria inexistente... y un día nos morimos. Hasta Bárcenas percibe que el dinero no da la felicidad, lo que pasa que no sabe cómo encontrarla. La única esperanza para España y Europa, para cada uno de nosotros, es que gente como los misioneros nos explique cómo hace para ser feliz. Que un Amor más grande se haga carne y nos abrace. Eso se llama reevangelización de Europa.
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