M. Hernández Sánchez-Barba

La casa medieval del Rey

Cuando se proclamó el Imperio romano, Hispania comenzó a latir en el orden jurídico y político, pero sobre todo en las obras geográficas que apreciaban la variedad interna y el significado de cada región, destacando que en esa variedad hay una serie de rasgos comunes. El historiador Floro, que llamaba a la península «Finisterrae», ya veía en ella valores decisivos para la «pax augusta». Los valores humanos de los españoles eran el máximo para historiadores, destacando la «fides celtibérica» de Valerio y la «devotio», que consiste en no sobrevivir al deshonor que supone perder al jefe en el combate. El pueblo visigodo invade la Galia «federado» al Imperio, pero la figura del emperador desaparece en el 476, la reacción nacionalista de los francos inflige a los visigodos del Reino de Tolosa una severa derrota (507) y los visigodos se instalan en España. Del 569 al 714, en que ocurrió la ocupación de España por los musulmanes, los visigodos crean la primera unidad política: el Reino de Toledo, con la conversión al catolicismo (589) del rey Recaredo y la labor de San Isidoro, arzobispo de Sevilla en el IV Concilio de Toledo. Los estudios históricos sobre la monarquía visigoda del catedrático José Orlandis analizan la creación de la Monarquía española en el Reino de Toledo.

La Casa del Rey aparece en los primeros tiempos altomedievales como organización auxiliar del Rey en la cual se concentraban todas las funciones de gobierno y también el desarrollo de las instituciones y funciones del Estado, sociedad, economía, cultura y relaciones con otras naciones. La figura del Rey aparece como eje medular de la Monarquía. El Rey, pues, desde la monarquía visigótica creó instituciones y órganos de apoyo que reciben diversos nombres: Aula Regia, Palacio, Curia Regis, Corte y, finalmente, el que aún conserva, Casa del Rey.

El Aula Regia es creación de Leovigildo, tomándola del «Consistorium Principis» de la Roma imperial. En el siglo VII, la constituían cargos de palacio, «próceres» o miembros del consejo privado; los «gardingos», guardia personal del rey, y un grupo constituido por miembros del «officium palatino». La investigación histórica del Medioevo español constantemente descubre relaciones de la monarquía asturiana con el imperio de Carlomagno. En la corte castellana de Alfonso X el Sabio, tanto en «El Espéculo» como en «Las Partidas», aparece la mención de la institución asistencial del monarca con el nombre de Casa del Rey, que se impone, aunque con constantes modificaciones, hasta adquirir personalidad propia. El nombre diferencia el espacio del Rey como persona individual, del que corresponde a su función en cuanto primera magistratura del Reino.

El Rey es figura fundamental en la Monarquía española. En el siglo XIII Las Partidas afirman: «Vicarios de Dios son los reyes, cada uno en su Reyno, puestos sobre las gentes para mantenerlos en justicia, e en verdad quanto en lo temporal». La rebelión de los montañeses asturianos, el movimiento neogoticista de Alfonso II y, sin duda, el motivo de su aproximación a Carlomagno consiste en ganar «Señorío de Reino» y ser rey «Por la Gracia de Dios». Además, ser representante legítimo de una dinastía. En la monarquía asturiana de Alfonso III, según Sánchez-Albornoz, «la estirpe reinante consideraba ya el reino como patrimonio familiar». Pero el rey no está solo: tiene familia y, más allá de sus méritos personales como hacedor del reino, es representante legítimo de una dinastía, «... que con derecho gana el Señorío del Reino».

Las leyes tradicionales del reino señalan que los monarcas deben tener oficiales que los ayuden «en las cosas que ellos han de facer», precisando que es un servicio señalado en el que es «puesto un hombre», es decir, que a juicio del rey reúna méritos, cualidades personales y confianza para desempeñar con responsabilidad unas funciones cuya finalidad específica es servir al rey y al reino. Lo que da efectividad al nombramiento es el juramento ante Dios y el Rey a las siete cosas a las que se compromete: guardar la vida del Rey, guardar su honra, darle buen consejo, guardar la poridad (secreto) y las cosas de su señorío, obedecerle en todo cuanto mande, actuar con lealtad sin hacer nada contrario a la jura. Si hicieran algo en contra, «ayan la ira de Dios e del Señor a quienes juran».

Los españoles de hoy hemos tenido oportunidad de conocer el cumplimiento de su función y la lealtad de todos los jefes de la Casa de Su Majestad Don Juan Carlos I durante todo su reinado.