Manuel Coma
La casilla de inicio
Cuando expira la tercera prórroga de la más reciente fase de negociaciones nucleares con Irán, las únicas en las que participa directamente Estados Unidos por primera vez desde la revolución islámica de 1979, lo que tenemos es... una nueva prórroga. Todo muy parecido a Grecia, pero con Obama dispuesto a hacer las concesiones que sean necesarias y anotarse el resultado final, sea el que sea, como un gran éxito. Su filosofía, casi paladinamente confesada, es que cualquier acuerdo es mejor que ningún acuerdo, frente a sus numerosos críticos, incluso dentro de su propio partido, que creen que ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo. De un lado Estados Unidos con los otros cuatro permanentes del Consejo de Seguridad de ONU, más Alemania, del otro Teherán, representado por lo más presentable del régimen, auténticos o aparentes moderados, bajo estrecha vigilancia del inflexible, radical sin tapujos, líder supremo con todas las riendas del poder, Guardián de la Revolución, Ayatola Jamenei, que, para tranquilizar a los suyos, desconcertar a los demás y como eficaz táctica negociadora, acostumbra a decir en público lo contario que sus representantes en las conversaciones, o al menos eso es lo que parece, porque el velo de la confusión no acaba nunca de descorrerse.
Para Estados Unidos se trataba de parar en seco la larga y esforzada marcha de Irán hacia el arma nuclear por medio de sanciones económicas, de forma que no fuera necesario recurrir a métodos mucho más drásticos para obliterar las instalaciones en las que tiene lugar el desarrollo de tal armamento, esencialmente las de obtención del combustible básico: uranio enriquecido o plutonio. Para no tener que plantearse la tarea y para quitarle la tentación a Jerusalén, reiterada y muy explícitamente amenazado desde Teherán.
Para el régimen islámico se trata del levantamiento de las sanciones, preservando las máximas capacidades posibles para su programa nuclear, que contra toda lógica y credibilidad siempre han aducido que es pura y exclusivamente civil, sin lograr nunca que nadie se lo haya tomado en serio. Las sanciones provienen de los Estados Unidos y del Consejo de Seguridad de la ONU, han sido, por tanto aprobadas por Rusia y China, que en una excepcional coincidencia, han ido aceptando, con ligeros matices, todas las iniciativas americanas.
En lo que deberían haber sido los últimos metros de la recta final, de repente todo aparece embarullado, como si se hubiera vuelto a la casilla de inicio. Ni siquiera está claro de qué se está hablando, porque resulta que los términos más elementales están sin definir. No se va a firmar un tratado, dice Jamenei, hasta que el Senado americano no lo ratifique. ¿Cómo lo va a ratificar antes de que exista? También dice que no habrá tratado hasta que los compromisos a los que obliga a ambas partes se hayan cumplido. Ideal para que no haya incumplimientos, pero innecesario cuando aquellos se hayan hecho realidad. Casi un imposible metafísico y absurdo jurídico. El Supremo dice y no dice también que las sanciones se levantarán en el momento mismo de esa firma, que no se sabe si va a existir y cuando. Esto aparece en farsi, pero no en inglés, en una de sus dos páginas web. En la otra, en ninguno de los dos idiomas.
También pone en cuestión el número de años –al menos diez– en lo que el programa nuclear debería quedar congelado, ya que ha conseguido que no se desmantele. Nada de inspecciones en centros militares, donde podría continuar el programa clandestinamente. Nada de revelar la historia de los esfuerzos nucleares, para no confesar las múltiples violaciones de tratados internacionales. En definitiva, no hay manera de saber qué punto se ha alcanzado en las conversaciones de Viena y a donde se puede llegar.
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