Alfonso Ussía
La cenicienta y el jamón
La insigne y eximia intelectual de Alcobendas, doña Penélope Cruz, ha reconocido haber iniciado un proyecto de adaptación feminista de los cuentos tradicionales. Se inventa el final de los cuentos para que sus hijos no sufran la influencia machista y se enfrenten a la vida desde la claridad igualitaria. Desea, y es seguro que lo conseguirá, «erradicar el machismo de los cuentos infantiles». Hora es de que una autoridad de la cultura y el pensamiento se atreva a dar tan importante paso. La gran pensadora de Alcobendas, que ha triunfado plenamente en Hollywood huyendo de los hombres y poniéndolos en su sitio, se ha mostrado un tanto destemplada con la Cenicienta y la Bella Durmiente del Bosque. «Que le jodan a Cenicienta y a la Bella Durmiente». Creo que no ha matizado. La vida de Cenicienta nada tiene que ver con la de la Bella Durmiente, de igual modo que la de Blancanieves no establece similitudes con la de Ceperucita Roja. Creo que la valorada pedagoga de Alcobendas se deja influir por la madrastra y sus nada agraciadas hijas. Con anterioridad a conocer al príncipe, Cenicienta sufrió los desprecios y las destemplanzas de las tres malvadas, y lo hizo con plena alegría vital. Con posterioridad a la fiesta en Palacio, fue Su Alteza el que se empeñó en tomarla por esposa, y se lo solicitó con extremada cortesía. No hubo ni violencia, ni acoso, ni tocamientos precipitados. Otra cosa es la Bella Durmiente. Ahí no me meto. Se trata de un cuento alambicado que jamás reclamó mi interés.
Por otra parte, la Cenicienta era claramente de izquierdas, como poco socialdemócrata, y doña Penélope tendría que haberse comportado con más respeto.
¿Eran machistas los enanitos de Blancanieves? Rotundamente no. Colmaron a la fugitiva de las iras de la perversa reina de toda suerte de cariños y agasajos. Y ella, mientras los siete enanos trabajaban en la mina, adecentaba su casa y la ropa de cada uno. Pero no hay pruebas de acosos sexuales ni de proposiciones groseras. No me fío, en cambio, de Caperucita Roja. Ni de ella, ni de su madre, ni de la abuela, ni del lobo feroz. Ese cuento resulta confuso a todas luces, y hace muy bien la excelente madre en cambiar el final del cuento. Mucha cama hay de por medio. Y egoísmo. Cuando se vive en un bosque habitado por lobos, dejar que la niña se adentre en la floresta para llevar la cesta de merienda a la indolente abuelita, conlleva riesgos. Que el lobo se coma a la abuelita está mal visto actualmente. Los lobos son buenísimos y no se comen a nadie. Pueden enfadarse, y con sobrados motivos, los movimientos ecologistas y animalistas de nuestras izquierdas. Y el encuentro en la cama del Lobo y Caperucita, sinceramente, resulta estremecedor. Caperucita era menor de edad y Feroz un sádico sexual de mucho cuidado. En este caso, toda madre feminista y de ideas avanzadas está obligada a cambiar el final del cuento, cuando no también el principio y el tramo intermedio.
Repuesto el honor de La cenicienta y Blancanieves, víctimas del autoritarismo y la envidia, conviene recomendar a la reputada señora Cruz, que cambie también algunas de sus películas para que las puedan disfrutar sus hijos sin padecer sobresaltos, sustos y situaciones de complicado análisis para los niños. Por ejemplo, en «Jamón, Jamón». El personaje del protagonista, que es papá, no se comporta como un hombre cortés e igualitario con la joven que se beneficia, que es mamá. El personaje es machista, virulento, autoritario, grosero y rotundamente antifeminista. Con todo respeto, inadecuada para contemplarla en familia. Al fin y al cabo, las películas son cuentos, y el cuento de «Jamón, Jamón» es mucho menos recomendable que el de la Cenicienta. Pero cualquiera se atreve a decírselo a la encantadora y feminista didáctica de Alcobendas.
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