José Antonio Álvarez Gundín

La comisaria que se hacía la sueca

Cecilia Malmström, la comisaria europea de Interior, es el ejemplo exacto de la inoperancia y de la hipocresía de Bruselas ante la inmigración ilegal. Malmström, que es sueca, lleva cuatro años haciéndose la sueca ante los cadáveres que el mar ha ido arrojando a las playas de Europa con la regularidad de las mareas. Nada, absolutamente nada eficaz ha hecho desde su nombramiento en 2009 para taponar la sangría. Ha dormitado como una burócrata satisfecha mientras las mafias tejían a la sombra del hambre y la desesperación sus telas de araña desde el corazón de África hasta Marruecos, Argelia o Libia. Miles de desventurados han muerto atrapados en estas redes esclavistas. De ellos, 561 sucumbieron a las puertas de España en los tres últimos años. Pero sólo ahora se ha despertado de la siesta la señora comisaria para arremeter contra el Gobierno español. ¿Por qué?

Es probable que si el Papa Francisco no hubiera clamado contra la vergüenza de Europa por la muerte de 300 inmigrantes en Lampedusa, la comisaria habría concluido su mandato sin haber salido de su anónima mediocridad, que consiste en ponerse de perfil ante los problemas. Eso hizo, por ejemplo, cuando Dinamarca cerró en 2011 sus fronteras a los inmigrantes del Este pretextando razones de seguridad. Malmström, que vive de Dinamarca a la misma distancia que hay entre Marruecos y Algeciras, se encogió de hombros ante la tropelía y, tras aducir ciertas dificultades de traducción, se limitó a declarar: «Tenemos que estudiarlo». Hasta hoy. Pero entre la denuncia papal y la cercanía de las elecciones europeas, a Malmström le dio un ataque de pundonor al estilo del capitán Renault en el garito de Casablanca: «Esto es un escándalo, en España no dejan pasar ilegalmente a los inmigrantes». Así que desde hace meses se dedica a la descalificación y a denigrar a las Fuerzas de Seguridad con la sospechosa vehemencia de quien quiere encubrir años de indolencia. Sin aguardar al resultado de la investigación judicial, ella ya ha sentenciado: los guardias civiles causaron un pánico homicida en El Tarajal. Entre cuestionar si los medios empleados aquel trágico amanecer fueron los adecuados y acusar a los guardias civiles de 15 asesinatos hay el mismo abismo que entre la decencia y la infamia. Si Malmström hubiera movido algo más que la lengua en todos estos años para atajar el problema en origen, los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla, puertas de Europa, no se habrían multiplicado por cien en 2013. Pero le resulta más cómodo tuitear comentarios hipócritas desde el confort de su despacho mientras crece el drama que avergüenza a Europa.