José Luis Alvite
La costurera de Escobar
No era la clase de cantante con el que podría entusiasmarme, ni me interesaba su repertorio, y tampoco he sentido como míos sus pensamientos, sus impulsos o sus credos. Me fue ajeno su elogio casi cabrío de la masculinidad y evité siempre que pude los estereotipos sociológicos que representaba porque me parecía que el afecto a lo que proclamaba significaba también en cierto modo el apego al esparto de un país en el que la voz del arriero era secundaria incluso respecto de las coces de sus mulas. Dicho lo cual, ¿qué sentido tiene considerar que Manolo Escobar fue simple «caspa franquista»? ¿Y qué significa eso? Era la suya la voz que jaleaba el corazón de la costurera que venía el sábado por casa y le alegraba la mañana con aquellos mensajes sencillos como el hambre y pegadizos como un vicio. Y yo miraba a la costurera a sus ojos y me felicitaba porque en medio de aquella España remitiese por un instante el olor de los colchones meados y en las mejillas de la muchacha simple brotase el sonrojo fosco de aquella incipiente lujuria que desataba en ella aquel Manolo Escobar que resultaba un tipo cordial y de fiar, alguien que iba a estar cincuenta años en nuestras vidas, menos que muchas de las peores pesadillas, más que algunas catedrales. Le entrevisté hace muchos años para «El Correo Gallego» y ni recuerdo que me hiciese especial ilusión aquel encuentro, ni me decepcionó que no dijese nada memorable. Ahora se ha muerto y yo le recuerdo con gratitud y le rindo mi homenaje, no por lo que haya disfrutado con su repertorio, ni porque haya sido de mis cantantes favoritos, sino porque fue gracias a su voz que a la cerrajería moral de la costurera de mi madre, con el temblor de llevarse la mano de Escobar al cuello, se le resentía cada sábado aquel botón en su blusa...
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