Restringido
La edad y el cambio
El paradigma del cambio como algo intrínsecamente bueno se ha asociado siempre en nuestro país, y más en esta época, al hecho de la edad. Cuanto más joven se es, más garantías de cambio habrá. Por el contrario, cuanta más edad se tiene, más incompatible se es con los cambios que demanda la sociedad.
Si miramos lo que está ocurriendo a nuestro alrededor parece que esta afirmación no se sostiene. Así en Inglaterra Jeremy Corbin es el líder del esperado cambio. Un viejo representante del ala radical del laborismo que ya hizo sus pinitos en 1970, y desde entonces no ha hecho otra cosa que dedicarse a la política, sin que su discurso radical haya cambiado mucho con el transcurso de los años. Sin embargo, se presenta como el cambio, la nueva política, en sustitución de Ed Miliband, veinte años más joven que él y más moderno en el partido. Curioso.
Si nos fijamos en EEUU parece que ocurre algo parecido. Este año hay elecciones presidenciales y ya ha empezado la carrera por las primarias en los dos partidos, republicanos y demócratas. En este último el cambio, la nueva política, la renovación, la representa un senador de Vermont desde hace siete años, Bernie Sanders, que fue dieciséis años congresista, y anteriormente Alcalde de su pueblo Burlington, donde se presentó por primera vez en 1968. Tiene 74 años y no ha hecho otra cosa que formar parte de la «casta política» en el último medio siglo, y con el que al parecer se identifica la juventud que quiere cambio. La alternativa en ese lado del espectro político es Hillary Clinton, también talludita dirigente del Partido Demócrata, con 68 años, ex inquilina consorte de la Casa Blanca, y ex secretaria de Estado con Barak Obama, que militó en el partido republicano hasta 1968.
Si analizamos lo que ocurre en el Partido Republicano, pasa algo parecido. El liderazgo parece tenerlo un outsider de la política de 69 años llamado Donald Trump, que con su discurso descarnado y populista está desestabilizando al partido y eclipsando a candidatos más jóvenes y de mayor tradición política como Ted Cruz, senador por Texas de 45 años, o Marcos Rubio, senador por Florida de 44 años, ambos de ascendencia cubana, que sobre el papel, y de acuerdo a la teoría de la edad como requisito imprescindible, encarnarían mejor ese cambio.
Si miramos lo que ocurre en nuestro país, –como siempre tan coherente y original–, el cambio solo pueden representarlo los jóvenes, entendiendo por tales los de menos edad si ya estaban en política, pero preferentemente si no han tenido responsabilidades de gestión. Y sólo excepcionalmente los mayores siempre que la progresía les atribuya el perfil de modernidad y de cambio siempre que eso interese para la consecución del objetivo que persiguen, que no es otro que el poder. Con ello se logra excluir de un plumazo a políticos que llevan muchos años dedicándose a la defensa del interés general y a la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, facilitando así la llegada de los nuevos salvadores de la patria, cuyas capacidades y bondades hay que darlas por preexistentes, aunque no hayan acreditado nada al respecto.
Es evidente que estamos ante una nueva impostura de aquéllos que quieren imponer su visión de las cosas a costa de mentir, manipular, y descalificar para cerrar el paso a los que no piensan como ellos. La razón del cambio nada tiene que ver con la edad ni con los carnés de reformistas impolutos o de apestados miembros de la casta que quieren repartir. Los casos de Corbin, Sanders o Manuela Carmena son un ejemplo claro de que no es así, con independencia de que se esté o no de acuerdo con lo que defienden. El cambio no es ni la juventud, ni la coleta, ni el tatuaje, ni la pose. El cambio es saber percibir las necesidades de la sociedad, los errores cometidos y las reformas que hay que hacer para conseguir superar los retos y las dificultades a los que se enfrenta nuestra sociedad y adelantarse a ellos, y encontrar una solución que sirva al interés general y no al de unos pocos, y conectar así con las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos. Significa también saber cuándo el tiempo de cada uno está agotado, y dar paso a otros que tiren del carro, sin destrozarlo todo, y aprovechando el conocimiento y la experiencia de muchos de ellos para acertar y caminar con firmeza, aceptando unas reglas de juego que no excluyan sino que integren, y que sirvan para que cada uno pueda aportar su grano de arena en beneficio del interés general. Eso es lo que explica que la edad no tenga nada que ver con el cambio real, sino el conocimiento de las necesidades de la sociedad y la capacidad de dar respuesta a las mismas con sus soluciones. El que acierte, es el que representará el verdadero cambio que quieren y demandan los ciudadanos, cualquiera que sea la edad que tenga. Por eso debemos denunciar esta impostura y evitar quedarnos en la superficie , y tener claro que la edad en si misma no sólo no garantiza la solución a nuestros problemas, sino que en muchas ocasiones puede incluso complicarlos, tanto por arriba como por abajo. Que este falso debate no nos distraiga del fondo, que no es otro, que contar con aquéllos que aportan soluciones nuevas y avances a nuestra sociedad, incluso a costa de sus intereses partidistas o personales. Sigamos de cerca los acontecimientos por que estamos en eso en este momento.
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