Pedro Narváez

La equidistancia

En La República de Urkullu, ese lugar del esplendor en la hierba de la gloria en las flores, crecen los tontos con el abono de la enredadera del nacionalismo. El propio lendakari, al que tenía por un hombre inteligente con el que se podía discrepar sin dudar del cociente emocional del adversario, nos dio ayer lecciones de realeza decapitada apartando el caliz del mandato constitucional para verse de presidente de su feudo sin corona. Pero se me hace difícil reírme de sus ideas por más que el viento las separe de mi brisa. El PNV tiene sin embargo en el diputado general de Vizcaya a un cómico impagable, un payaso revanchista como aquel de la «Balada triste de trompeta» que aún no ha aprendido que había una vez un circo pero que la carpa se ha marchado. Este señor de cuyo nombre no quiero acordarme dicta que el campo del San Mamés no puede mancharse con sangre española y que nuestra Selección de fútbol no jugará allí contra el equipo de otro país que no sea el de Euskadi. Fuera de juego. España necesita que la miren a los ojos. Escasea la sangre de los valientes, o más bien escasea la sangre, que parece helada en un ay que empieza a hacer historia. La peor compañía para la tamaña gesta que será reconstruir nuestras ruinas es la de los cobardes, que no son ni buenas ni malas personas, que esto no es un juicio a los motivos que cada cual tiene para ponerse un calcetín antes que el otro, pero que con su inacción provocan las mayores de las catástrofes. El País Vasco nos sigue dando muestras de que ponerse de perfil sólo resultaba glorioso en los relieves romanos y en las monedas, donde hasta el que firma, si fuera un héroe, saldría guapo. La tontería de San Mamés es una más que ya no provoca ni frío ni calor, o sea cero grados, como dice el chiste. Y así deambulan los asuntos. La Monarquía, el terrorismo, el aborto: con unos que dicen muy alto lo que piensan y otros que ven cómo pasa el invierno y muestran su perfil con nauseabunda equidistancia a la espera de dar la cara para recoger los frutos que no han sembrado.