Literatura

César Vidal

La estela de Garaudy

La Razón
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Recorrer con la vista mi biblioteca me recuerda de manera despiadada cómo pasa el tiempo. Hoy, mi vista se detuvo inesperadamente en algunos libros de Roger Garaudy. A aquellos que andan persiguiendo Pokemon o que creen que Podemos no es rancio no les sonará, pero hubo una época en que fue la mamá de Tarzán. Hijo de un matrimonio judío-católico, Garaudy se convirtió a los catorce años al protestantismo. Le duró poco porque, al cabo de un lustro, había entrado en el partido comunista francés y, tras escribir un libro afirmando que Dios había muerto, abrazó el catolicismo. Lo que aquello significó en los años sesenta y setenta hay que haberlo vivido. Garaudy era el puente entre el comunismo y la Iglesia católica; la esperanza de los que deseaban la revolución socialista y, a la vez, ir a misa; el modelo de la mano tendida. Incluso los que lo expulsaron del partido comunista acabaron por reivindicarlo especialmente cuando el mismo Papa lo recibió más que interesado en lo que se denominaba entonces «diálogo cristiano-marxista». Tanto si uno andaba por una parroquia con inquietudes como si militaba en la izquierda, Garaudy era un referente. Pero la Historia es inexorable y no se detiene. Los partidos comunistas fueron perdiendo relevancia, los católicos de izquierdas acabaron en la socialdemocracia o incluso en el liberalismo y Garaudy envejeció lo indecible. Perdió interés como sucede con muchos programas de televisión. Entonces sucedió lo inesperado. Garaudy, tantas veces converso, volvió a reconvertirse, esta vez, al islam. Nunca fue Platón, todo hay que decirlo, pero sus escritos musulmanes adquirieron ya un tono casi pedestre. Eso sí, el reconocimiento que recibió de dictaduras que iban de Libia a Arabia Saudí pasando por Irán resultó espectacular. Me contaron por aquel entonces que la causa de su conversión había sido su matrimonio con una árabe bellísima, pero, sinceramente, no lo creo. A lo sumo, como diría a Eugenio, aquella boda sería «a mes, a mes...». Garaudy simplemente olfateó los signos de los tiempos y defendió lo mejor que pudo un invento de los ayatollahs denominado Diálogo de las Civilizaciones, disparate mayúsculo que los iluminados asesores de ZP convirtieron luego en alianza. Durante un tiempo, Garaudy vivió en la bellísima Córdoba donde estableció su fundación ayudado por sus correligionarios. Murió casi centenario. Me pregunto si, algún día, nuestra izquierda abrazará el islam convencida de que es señal de avanzar con la Historia. Los progres se estarían limitando a seguir la estela tortuosa de Roger Garaudy.