César Vidal

«La fabriqueta»

Los testimonios son múltiples y contrastados. Al estallar la Guerra Civil, la sede del Gobierno de Franco se convirtió en un auténtico lugar de peregrinación al que acudían en busca de diversos favores las gentes más variopintas. Entre los sufridos pedigüeños ante el invicto general o sus aledaños ocupaban un lugar especial los exiliados catalanes. No pocas veces se trataba de gente industriosa, de extracción empresarial, con cierta formación e incluso una piedad católica acendrada. Sin embargo, lo mismo si portaban un rosario que si habían vestido previamente el mandil con la escuadra y el compás, solían pedir, de manera preeminente, una merced bien reveladora, la de que el que iba a ser Ejército vencedor, al entrar en Cataluña, les devolviera «la fabriqueta». En el curso de las décadas anteriores, muchos de ellos habían coqueteado con el nacionalismo catalán, primero de la Liga –que acabó financiando el alzamiento de julio de 1936– y luego de la ERC. Pero una cosa era defender los intereses oligárquicos presionando al gobierno para obtener tratos de favor – una conducta con larga tradición en Cataluña que ya describía Stendhal a inicios del siglo XIX y que dio lugar a aberraciones como el arancel Cambó– y otra muy diferente que ahora, como consecuencia de su pérdida de la sensatez, el nacionalismo catalán los fuera a dejar con una mano delante y otra detrás. Aquellas súplicas supieron a cuerno quemado a muchos de los que se jugaban la vida en las trincheras, pero, al fin y a la postre, Franco, en contra de lo que afirman los nacionalistas, desplegó una política de favorecer a Cataluña y no sólo estableció allí la SEAT sino que también se ocupó de que se celebrara en la ciudad condal el Congreso eucarístico. Por supuesto, nadie perdió «la fabriqueta». He recordado todo esto contemplando desde lejos la chulesca e intolerable falta de educación de Mas que, esta vez, ha tenido como víctima a la vicepresidenta del Gobierno. Ahora, gracias a Dios, algunos empresarios catalanes – que apoyaron un estatuto vil e inconstitucional que envenenó la situación política de manera clamorosa – están empezando a percatarse de que es cierto aquello que advirtió Tarradellas durante la Transición, es decir, que «en Cataluña no hay tantos culos para los calzoncillos que fabrica». Se impone, pues, un cierto grado de sentido común. Sin embargo, que nadie se engañe. «La fabriqueta» sólo se encontrará a salvo cuando los nacionalistas, de una vez, se vean desplazados del gobierno de Cataluña. Precedentes históricos hay de sobra.