Manuel Coma

La gran apuesta del zar

P utin, que ya hace mucho dejó de creer en el comunismo y nunca lo ha hecho en el capitalismo o la democracia, cultiva a fondo la veta nacionalista rusa y manipula su tradicional autocracia. Refuerza el orgullo nacional complementado con toques de xenofobia y paranoia respecto al exterior. Occidente quiere vernos abatidos, roba nuestras fronteras imperiales y da apoyo a nuestros enemigos internos. El maná de las exportaciones de gas y petróleo, que mantiene estancada la economía rusa, se reparte entre los amigos, pero alcanza a subir el nivel de vida general, sin hacer avanzar al país, en abrupta caída demográfica. «Panem et circenses», decían los romanos, que para los rusos es pan y espectáculo. El circo se abre en febrero, con los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi, paraíso veraniego a orillas del mar Negro. La cuestión no es entretener a los rusos, sino impresionarlos, admirando al mundo. Lo que las olimpiadas de Pekín hicieron por el comunismo residual reinante en China. El mayor acontecimiento organizado por Rusia desde la caída del comunismo en 1991. Putin ha apostado fortísimo y se ha gastado lo que al país no le sobra en absoluto. Ya van más de 50.000 millones de dólares. A pocas semanas de la inauguración, aún no está garantizado que las grandes obras emprendidas estén a punto. Un objetivo muy goloso para los enemigos jurados. Los chinos atenazaron Pekín con su dispositivo de seguridad. Los islamistas caucásicos han atacado a unos pocos cientos de kilómetros de la sede del magno acontecimiento. Más que suficiente para hacer sonar las sirenas de alarma. La inversión de Moscú no se limita a lo económico. Ha tenido que comerse su altanero y políticamente rentable desdén por sus críticos exteriores, y procurarse el favor con dirigentes europeos y americanos, envainándose alguna de sus medidas represivas de más impacto exterior. Ha soltado al magnate Jodorkosky, uno de los proscritos más famosos del mundo, y a las irrespetuosas chicas del grupo Pussy Riot. Desde luego, las concesiones no llegaron a tanto como para dar rienda suelta a Ucrania. A pesar de sus escasas inhibiciones, o quizás por ellas, la Policía rusa no es especialmente eficaz. Putin se alzó al poder reprimiendo sin freno la revuelta chechena. La segunda guerra en esta pequeña república se llevó por delante 100.000 vidas. Catorce años después, no ha cumplido la promesa de extirpar el terrorismo. Sigue prometiéndolo.

Sochi hervirá de fuerzas del orden, que no están muy hechas a distinguir entre una protesta política pacífica y un atentado. El que los ataques de Volgogrado hayan sido suicidas contiene un mensaje sobre el amplio abanico de posibilidades de amenaza. Putin dista mucho de tener asegurada su gran fiesta.