Enrique López

La gran sorpresa americana

La Razón
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La elección de Trump como presidente de EE UU, ha puesto en cuestión muchas premisas y prejuicios que se deben analizar con sosiego, y no al pairo de los acontecimientos. Como principio, lo que se debe tener claro es que la Democracia, como forma de gobierno, ni debe ni puede estar en entredicho, porque de lo contrario, le haríamos un flaco favor a la misma, y se estaría sentando un excelente caldo de cultivo a los verdaderos populismos, del mismo modo que se hizo en los años treinta, donde líderes como Hitler o Mussolini emergieron como soluciones a los problemas. Las manifestaciones de los ciudadanos norteamericanos que surgieron a renglón seguido de conocerse los resultados electorales no sólo se dirigen contra la figura del polémico Trump, sino contra sus propios conciudadanos, los cuales, con un casi igual voto democrático, y con la elección de un mayor número de compromisarios electorales, han decidido quién debe ser el presidente de EE UU; de esta manera lo ha aceptado Hillary Clinton, en el mejor de sus discursos, precisamente en el que reconoce la derrota. Por eso, contra los problemas de orden democrático más democracia y nada más. El inconveniente con los populismos y sus líderes es que se confunden muchas realidades, y no se debe calificar de igual manera a los que hacen política fuera de la nomenclatura de los partidos políticos tradicionales, con los populismos y los partidos populistas que lo que pretenden es subvertir el sistema. El problema de los populismos de verdad, y no es el problema de los norteamericanos, es que en muchos casos no se acepta que Democracia y Ley, por un lado, y convivencia legal por otro, son sinónimos; por el contrario, pretenden avanzar en un modelo que Ortega denominaba hiperdemocracia y Aristóteles oclocracia, donde la masa actúa directamente sin ley, por medios basados en presiones materiales tratando de imponer sus aspiraciones, y en definitiva, sus gustos; Aristóteles decía que la muchedumbre no debía gobernar directamente; y esto tiene algo de verdad cuando algunos lo que pretenden es utilizar a la muchedumbre para conseguir sus fines políticos e imponer sus modelos sociales, profesando un posterior despotismo al abandonar a la propia muchedumbre, sometiéndola a través de la violencia del estado, como lo hizo el comunismo de Lenin y Stalin. Lo importante de una democracia moderna es que tiene resortes para luchar contra anomalías democráticas, pero siempre utilizando los procedimientos establecidos, y por supuesto cuando algo sea realmente una anomalía, y no tan solo una sorpresa, fundamentalmente para los medios de comunicación. A mí me preocupan mucho más los políticos que pretenden utilizar a la masa a través de las vías de hecho para imponer lo que no consiguen en las urnas, que aquellos que ganan en las urnas y tratan de imponer modelos a través de las reglas democráticas, con pleno respeto a las leyes y sometiéndose de nuevo al escrutinio de las urnas. No sé quién dijo que la racionalidad la encontramos en la medida, orden y proporción, mientras que la irracionalidad, en la desmesura, desorden y la locura, pero me apunto.